VIAJAR EN TIEMPOS DE PANDEMIA

 La sola idea de viajar a Cali hace brillar mis ojos de una manera particular, incluso si el viaje se va tornando gris desde el primer momento. 

Luego de lidiar con el registro migratorio del que me enteré ya en el aeropuerto, y que me resultó muy dispendioso,  pensé que podría relajarme un poco y concentrarme solo en mi luto para gestionarlo de la mejor manera. Nada más alejado de la realidad, la persona que me recogería en el aeropuerto me avisó antes de despegar el avión que no podría recogerme por motivos de seguridad. Empezó entonces mi odisea para tratar de conseguir quién me transportara, sin mucho éxito, en cambio recolecté una cantidad indeseada de advertencias sobre las medidas de seguridad que debía adoptar para llegar a Cali. Tomar un taxi de un desconocido parecía una manera de jugarme la vida, al menos eso decía la voz de la mayoría que contacté. Al no haber manera de ser trasportada de noche del aeropuerto a Cali, tomé la decisión de dormir en el aeropuerto.
Las instrucciones fueron claras:  en el caso que consiguiera transporte corría el riesgo de ser baleada para robarme las pertenencias, debía guardar mi pasaporte en una especie de caja fuerte corporal si no quería perderlo, guardar un perfil bajo lo cual implicaba no usar accesorios y vestir como una indigente y por último debía usar dinero de baja denominación.
Cuando la paranoia ya no me cabía en el cuerpo apareció un buen samaritano conocido que por sesenta mil pesos me llevó a mi destino, obviamente repitiendo las mismas advertencias que ya había escuchado como diez veces, y pintando un panorama tan aterrador de la ciudad que me sentí como la mujer que adora al marido que le pega.
Aquel día en 4 horas recibí más dosis de terror de la que he recibido en los últimos diez años viendo noticieros dos veces diarias.
Al día siguiente debía enfrentarme sola a la realidad de una ciudad terrorífica, según la mayoría, el taxista de la mañana se percató de las etiquetas de vuelo internacional en mi maleta que había olvidado quitar y me hizo un intenso interrogatorio al respecto que incrementó mi paranoia.  Mientras arrancaba afanosamente las benditas etiquetas y me las guardaba en el bolsillo me sentí torpe por haber omitido una norma de seguridad tan básica y me adheri a la enmienda de guardar silencio antes de que mis respuestas fueran usadas en mi contra. Al momento de pagar me dijo que mi billete ya no existía " uy mi señora! cuánto hace que usted tiene éste billete? se nota que usted no es de por aquí!" Seguí en silencio y desaparecí antes de que sus compinches a quiénes en mi imaginario él ya había llamado para que me asaltaran, me alcanzaran.
En la terminal de transportes debía comprar un tiquete para mi siguiente destino, decidí cambiar de moneda y no usar más los viejos billetes que me habían quedado del último viaje, sino usar los que había cambiado ( bingo! Medida de seguridad superada)  Entonces me percaté que los billetes habían cambiado de diseño en 6 años que no había visitado el país, reconocer su denominación y tratar de juntar cuarenta mil pesos con el nuevo diseño me hizo parecer con alguna deficiencia mental porque me tomó algún tiempo, mientras el tipo de la taquilla me afanaba " va a viajar o no? Apurese que ya sale el carro"  ( medida de seguridad fallida)  Me sentía perdida en mi propio país, en la ciudad donde por tantos años me moví como pez en el agua. Me sentía frustrada y atemorizada. Hasta que decidí tomar las riendas de mis emociones, después de todo no había ya nada que temer, estaba vestida como indigente, no me había puesto ni siquiera un par de aretes, y mi maleta había sido liberada de la prueba de procedencia,  por seguro ahora si burlaría  a los maleantes ( medida de seguridad interior superada) Empecé a vibrar en una frecuencia distinta y entonces surgió la pregunta que les quiero dejar a los caleños  ¿porqué algunos de ustedes se empeñan en vender esa imagen tan  fatal de la ciudad?
Dos días más tarde cuando regresé a Cali, me encontré con la misma ciudad que dejé hace veinte años, un poco más caótica y sobre poblada, pero con la alegría y la buena disposición de su gente, comprendí entonces que  aunque en 1978 cuando llegué a vivir a Cali, no le prometí nada a esa ciudad, le he cumplido con esa promesa de novia a novia "en la salud y en la enfermedad" porque a pesar de su actual situación tan precaria, la sigo amando como la primera vez;  y para mí siempre será mi ciudad de nacimiento aunque haya tomado mi primer aliento de vida en otro lugar y en realidad haya  sido el lugar de mi segundo nacimiento.
Viajar en tiempos de pandemia no es agradable, pero es obvia la adaptabilidad de la que disfruta la gente a quiénes los inconvenientes de viaje no parece importarles, lo cual me permite comprender porque muchos se adaptan a malas relaciones, a malos hábitos alimenticios y a zonas de confort tóxicas. Como dicen por ahí, al que le gusta le sabe.

 

Comentarios

Frases Bonitas ha dicho que…
Pues esto cada dia va en aumento, la gente no respeta.

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