MULETAS ACADÉMICAS
Soy nadie ¿Tu quién eres?
¿Eres tu también nadie?
Ya somos dos entonces, no lo digas
Lo contarían, sabes
Qué tristeza ser alguien,
Qué público: como una rana
Decir su nombre junio entero
Para una charca admiradora
Emily Dickinson.
No lo puedo evitar pero escuchar una lista interminable de títulos y de premios cuando nos presentan un personaje me produce no sólo incomodidad sino un recelo que casi siempre termina dándome la razón, tengo la sensación que el ser humano se pierde en todos esos accesorios con que nos terminamos identificando con el paso del tiempo, al final terminamos convencidos que somos todo lo que el papel dice, y lo peor es que en la práctica generalmente no somos nada de eso.
Alguna vez un hombre me contrató para dar un ciclo de conferencias en Colombia, él considero que mi hoja de vida no era lo suficientemente atractiva, pero estaba cautivado por mi trabajo, por lo que se tomó la libertad de adornarme presentándome con una cadena interminable de títulos que no tenía, reconocimientos y apariciones ficticias en programas de televisión. Mientras lo escuchaba tras bambalinas, se me congeló la sangre, palidecí y un temor enorme se apoderó de mí, porque de repente había pasado de ser una persona que tenía un mensaje que entregar a una persona más famosa de lo que en realidad era; y sobre todo una desconocida para mi misma. Y cuando uno es famoso, se espera mucho de uno, con lo cual un simple mensaje humanista queda reducido a nada cuando te enfrentas a un público que espera que le des la talla que te acabaron de aumentar.
Durante la conferencia fui dejando caer esa imagen lentamente, acepté que el señor en mención exageraba e incluso lo puse de ejemplo para enseñar como el temor a no ser aceptados nos obligaba a decir embustes en aras de proteger nuestros intereses, llevados por un instinto de supervivencia que se sentía amenazado en un mundo tan competitivo donde parece que gana el que más tenga, si bien no en términos económicos cuando menos en términos sociales. Lo hice de tal manera que lucía como parte de mi metodología, montar un escenario y una imagen ficticia para luego desmontarlos. Cuando ya estaba desenmascarada pregunté si eso alteraba la imagen que ellos tenían de mí en ese momento e incluso les di la libertad de marcharse del evento y devolverles su dinero si esto alteraba el objetivo de la conferencia. Fue muy grato presenciar un enorme silencio en el salón, y una mujer se levantó de su silla y empezó a aplaudir, lentamente todos la siguieron, al final todos estuvieron de acuerdo con que esa metodología les había enseñado que después de quitarnos las máscaras con que nos protegemos, representadas en títulos y muletas académicas que respaldan nuestro conocimiento, lo único que pasa es que nos liberamos y quedamos a merced de nuestra esencia que es la que más nos cuesta hacer brillar y que curiosamente mientras menos maquillaje le pongamos más y mejor brilla.
Por eso ahora cuando me preguntan por mis credenciales para ser presentada en público me siento agradecida cuando el presentador acepta presentar mi nombre completo con mis dos apellidos, es mi manera de decir de donde vengo, de mi padre de quien conservo el Jiménez y de mi madre de quien conservo el Monsalve, el quien soy, ni yo lo sé, porque siempre nos estamos renovando, me gusta la idea de tener mil identidades sociales, o de tener tantas como personas me escuchan, tener o no tener títulos, premios y menciones son accesorios que disfruto cuando los recibo, pero que no me determinan como persona porque sé que después me seguiré reinventando.
¿Eres tu también nadie?
Ya somos dos entonces, no lo digas
Lo contarían, sabes
Qué tristeza ser alguien,
Qué público: como una rana
Decir su nombre junio entero
Para una charca admiradora
Emily Dickinson.
No lo puedo evitar pero escuchar una lista interminable de títulos y de premios cuando nos presentan un personaje me produce no sólo incomodidad sino un recelo que casi siempre termina dándome la razón, tengo la sensación que el ser humano se pierde en todos esos accesorios con que nos terminamos identificando con el paso del tiempo, al final terminamos convencidos que somos todo lo que el papel dice, y lo peor es que en la práctica generalmente no somos nada de eso.
Alguna vez un hombre me contrató para dar un ciclo de conferencias en Colombia, él considero que mi hoja de vida no era lo suficientemente atractiva, pero estaba cautivado por mi trabajo, por lo que se tomó la libertad de adornarme presentándome con una cadena interminable de títulos que no tenía, reconocimientos y apariciones ficticias en programas de televisión. Mientras lo escuchaba tras bambalinas, se me congeló la sangre, palidecí y un temor enorme se apoderó de mí, porque de repente había pasado de ser una persona que tenía un mensaje que entregar a una persona más famosa de lo que en realidad era; y sobre todo una desconocida para mi misma. Y cuando uno es famoso, se espera mucho de uno, con lo cual un simple mensaje humanista queda reducido a nada cuando te enfrentas a un público que espera que le des la talla que te acabaron de aumentar.
Durante la conferencia fui dejando caer esa imagen lentamente, acepté que el señor en mención exageraba e incluso lo puse de ejemplo para enseñar como el temor a no ser aceptados nos obligaba a decir embustes en aras de proteger nuestros intereses, llevados por un instinto de supervivencia que se sentía amenazado en un mundo tan competitivo donde parece que gana el que más tenga, si bien no en términos económicos cuando menos en términos sociales. Lo hice de tal manera que lucía como parte de mi metodología, montar un escenario y una imagen ficticia para luego desmontarlos. Cuando ya estaba desenmascarada pregunté si eso alteraba la imagen que ellos tenían de mí en ese momento e incluso les di la libertad de marcharse del evento y devolverles su dinero si esto alteraba el objetivo de la conferencia. Fue muy grato presenciar un enorme silencio en el salón, y una mujer se levantó de su silla y empezó a aplaudir, lentamente todos la siguieron, al final todos estuvieron de acuerdo con que esa metodología les había enseñado que después de quitarnos las máscaras con que nos protegemos, representadas en títulos y muletas académicas que respaldan nuestro conocimiento, lo único que pasa es que nos liberamos y quedamos a merced de nuestra esencia que es la que más nos cuesta hacer brillar y que curiosamente mientras menos maquillaje le pongamos más y mejor brilla.
Por eso ahora cuando me preguntan por mis credenciales para ser presentada en público me siento agradecida cuando el presentador acepta presentar mi nombre completo con mis dos apellidos, es mi manera de decir de donde vengo, de mi padre de quien conservo el Jiménez y de mi madre de quien conservo el Monsalve, el quien soy, ni yo lo sé, porque siempre nos estamos renovando, me gusta la idea de tener mil identidades sociales, o de tener tantas como personas me escuchan, tener o no tener títulos, premios y menciones son accesorios que disfruto cuando los recibo, pero que no me determinan como persona porque sé que después me seguiré reinventando.
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