LA CALLE DEL PECADO.

Durante mi infancia los prostíbulos tuvieron para mi un nivel de protagonismo superior al que tienen para la mayoría de los niños, por lo que nunca estuve segura hasta que punto eran tan malos como la gente los pintaba. En “La cita” que así se llamaba el prostíbulo de Yalí el pueblo donde nací era donde esperábamos el bus para ir a Vegachí o a Yolombó, poblaciones que visitábamos en aquel entonces, por lo que pasaba largas horas sentada en una de las cantinas donde no había mucha acción, a decir verdad he visto mas acción en sitios más sacros que la que había en aquella cantina, donde las mujeres sólo fumaban y se perdían detrás de un mostrador solas y aburridas hasta que aparecían de nuevo con un cigarrillo en la mano y un tinto en la otra.

A La casa de mis abuelos maternos que ya habían muerto y que era habitada por las tías que se habían quedado sin esposo, la separaban solamente cuatro casas de la zona de tolerancia, así era como las tías le llamaban, aunque para mi era solamente la calle del pecado, porque recuerdo claramente que cuando pasábamos por allí mis tías me apretaban la mano y me advertían que no debía mirar para ninguna de aquellas casas, es decir ni a la derecha, ni a la izquierda porque en esas casas habitaba el pecado, y yo me retorcía de curiosidad y manteniendo mi cabeza erguida en dirección hacia el frente torcía mis ojos con la esperanza de ver el pecado más de cerca, pero mis tías estaban tan atentas que cuando eso pasaba yo recibía un fuerte apretón en la mano derecha o en su defecto un pellizco en el brazo.

Recuerdo que mi estancia en el anden de la casa de los abuelos maternos tenía como objetivo ver un poco de pecado en aquella calle, sin éxito alguno porque como todos ustedes saben las putas trabajan de noche y duermen en el día, cuando el día se ponía uno tenía que guardarse e irse a dormir por lo que aquel lugar era un misterio inmenso para mí.

Cierta vez en la casa de una vecina de mis tías, entro una mujer grandota de edad mediana, con la cabeza llena de rulos rosados, tenía la boca maquillada de un rojo perfecto, un lunar pintado con lápiz negro en la comisura de sus labios, vestía un camisón verde de casa brillante y unos tacones de un blanco percudido muy altos. Hablaba escandalosamente todo el tiempo con una voz que chillaba pero que a la vez me embrujaba, pensé dentro de mí que ella tenía que ser una de las pobladoras de la calle del pecado, yo quedé absolutamente enamorada de Zenaida, que así se llamaba, su expresión corporal y toda ella era demasiado diferente a las tías y a todas las mujeres que había conocido, sin duda alguna la calle del pecado de Yolombó no tenía nada que ver con la cita de Yalí, donde las putas eran diurnas, taciturnas y apagadas.

Seguí con mi mirada a Zenaida desde la puerta de aquella casa cuando se marchó para comprobar que se había perdido detrás de la puerta de una de las casas de la calle del pecado. Y deseé con todo de mí volver a ver a Zenaida y hacerle tantas preguntas que tenía atragantadas dentro de mí pero que no tardé mucho en saber sus respuestas.



Para mí las putas eran mujeres que podían hacer “groserías” (así llamábamos al sexo) con los hombres sin tenerse que casar con ellos, eran detestadas por las esposas pero codiciadas por los esposos, en mis vastos conocimientos de entonces no estaba contemplada la moneda como intermediario en aquellas transacciones que me resultaban misteriosas.

¿Porqué los esposos querrían hacer groserías con una puta si algunos de ellos tenían esposas más bonitas que las putas? ¿Porqué las esposas se sentían tan amenazadas por las putas? ¿Porqué el cura no las dejaba entrar a la iglesia? ¿Porqué la gente las despreciaba? ¿Porqué no podía saludar a las putas? ¿Porqué era pecado ser puta? Todas estas eran más o menos las preguntas que tenía para hacerle a una puta o a algún adulto que se dejara entrevistar por mí al respecto, a finales de los sesentas, algo poco probable.

“Tía ¿Ser puta es una profesión?”

“oistes vos ¿De dónde saca esas preguntas esta muchacha? Pues claro que no mijita!”

“entonces ¿No debe estar en mis planes serlo?”

“Pero Dios mío que es este despropósito! Claro que no! eso es pecado pa’ que sepa mijita oyó? Grábese eso muy bien PECADO”.

También recuerdo que mientras para mis tías y mi madre los dos sitios que primero ubicaban en cada pueblo que llegábamos eran la iglesia y el cementerio, para mi eran las calles del pecado, sentía una poderosa curiosidad por esos sitios, por saber si cada pueblo tenía su respectiva calle del pecado, por saber como serían las putas de cada pueblo, si eran coloridas como las de Yolombó o eran tristes y apagadas como las de Yalí, muchas veces encontré pueblos que no tenían zona de tolerancia, pero con el tiempo comprendía que era un lugar fértil para las putas freelance que trabajaban por su cuenta en sus casas y con la complicidad de la sociedad quienes sospechaban pero no les constaba nada.

Mi niñez se movió en escenarios inusuales con argumentos de los adultos que no me convencían, aún así no puedo culpar a nada ni a nadie de lo que no me haya gustado en mi vida adulta, por eso cuando escucho historias torcidas en donde el responsable resulta ser una niñez precaria o unos padres confusos y unos adultos contradictorios ,reafirmo que nuestra historia nos pertenece y que somos responsables de lo que nos pasa; y de lo que nos deja de pasar, que es más cómodo para todos encontrar un chivo expiatorio para descargar nuestros dramas de control y hacer tiempo antes de hacernos cargo de nosotros mismos, esa  no es otra cosa que la mejor manera de postergar nuestra vida.


Comentarios

Diego Monsalve ha dicho que…
call´abajo...

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