EL ÁNGEL DEL ESPEJO.
Ahí estaba yo por segunda vez, dejándome marcar por el misterio de la vida, dejándome penetrar por memorias que aún hoy cinco días después se revelan ante mí como una escena en vivo y en directo que se repite una y otra vez.
Cuidar de un recién nacido me hace reverenciar en este momento a las mujeres que han tenido más de un hijo, pero sobre todo me hace pensar en los hijos de familias numerosas y me hace preguntarme si están conscientes que una vez muchas personas se confabularon para cuidar de ellos, para hacer posible que sobrevivieran en medio de un caos familiar en donde los demás hijos pedían que sus necesidades fueran satisfechas. Quizá por eso algunas madres se sienten con cierto derecho inconciente de pasar factura a los hijos cuando les recuerdan sus sacrificios para sacarlos adelante, alguna vez las juzgué por ello, en este momento aunque no lo justifico, las comprendo.
Lo primero que vi fue su cabello negro impregnado de todos aquellos líquidos que le dieron vida, se erguía como el límite entre la vida y lo que hay antes de ella, y con la misma parsimonia con que había conquistado esa puerta al mundo durante nueve horas, empezó a abrirse paso por la vida a través de aquel canal que nos separa de los que nos esperan; y que se expande para dejarnos respirar por primera vez el mismo aire de los que están allá afuera ávidos por conocernos.
Su cabeza salió en dos contracciones y su cuerpo en una, fueron tres veces que mi hija pujó para que mi nieto recibiera nuestra bienvenida. La doctora que lo recibió y la enfermera que la asistió tuvieron que ser ángeles que mi nieto dispuso para que lo recibieran, que mujeres tan espectaculares, que paz en aquella habitación y que tranquilidad. Diez minutos antes de empezar el parto las mujeres de aquella habitación parecíamos presas de un ataque de vanidad ubicando un espejo en la parte de abajo de la cama para que mi hija pudiera ver su propio parto, aunque la cabeza del bebé se asomaba tímidamente no parecía tener prisa y nos dio la espera que necesitamos para tener el espejo en la ubicación perfecta.
El ángel del espejo |
La doctora prácticamente no trabajó durante el parto, parecía que manos celestiales estaban a cargo, porque el pequeño Thomas nació sin agitación, sin gemidos, sin gritos, sin llanto, y sin estrés alguno, nació en medio de un acto tan natural como es ser arrojados al mundo con el mismo amor con que somos engendrados.
Cuidar de un recién nacido me hace reverenciar en este momento a las mujeres que han tenido más de un hijo, pero sobre todo me hace pensar en los hijos de familias numerosas y me hace preguntarme si están conscientes que una vez muchas personas se confabularon para cuidar de ellos, para hacer posible que sobrevivieran en medio de un caos familiar en donde los demás hijos pedían que sus necesidades fueran satisfechas. Quizá por eso algunas madres se sienten con cierto derecho inconciente de pasar factura a los hijos cuando les recuerdan sus sacrificios para sacarlos adelante, alguna vez las juzgué por ello, en este momento aunque no lo justifico, las comprendo.
Ayudar a mi hija a cuidar de sus dos hijos, una de 21 meses y el recién nacido, me hace pensar en que el milagro de la vida no es solamente la unión del esperma y el óvulo, sino que esa semilla que ponemos por fuera, consiga sobrevivir a tantas amenazas una vez está en el mundo.
Cuando las personas que visitan a mi hija le dicen que esto es un sacrificio, me rehúso a verlo de esa manera, me gusta pensar que ayudar a nuevas vidas a abrirse paso en este mundo es una prueba de amor incondicional que remueve todas nuestras emociones y que nos pone enormes pruebas de convivencia, es como si esas almas solo fueran el pretexto para que consigamos incorporar a la práctica tanta teoría bonita sobre la solidaridad, la tolerancia, el respeto y el amor ¿como se nos puede olvidar todo esto algún día? Quizá nuestra mayor enfermedad no sea el desamor sino la amnesia afectiva.
Mi nieto Thomas diciembre 9 11:21 am. |
Comentarios
Como pasa el tiempo, no?
Vilma
Muaaa!
Esposito.