PADRASTRO COSMICO
Cuando yo era niña pensaba que el niño Jesús era el hijo de Dios, quien nacía en navidad cargado de regalos, aunque no sonara lógico que un recién nacido pudiera ir de compras desde el vientre de su madre, uno creía lo que los adultos decían, sobre todo los padres, eran épocas en donde uno tenía pocas alternativas porque cuestionarlos significaba castigo.
Cuando Salí a la civilización y escuché hablar de Papá Noel, me tocó adaptar mi historia porque me enfrenté a grandes confusiones. ¿Era papá Noel el papá del niño Jesús? ¿Acaso no era José? ¿O era Dios? Como en aquel entonces la figura de padrastro aún no era tan popular como ahora, la idea de tener tres padres me parecía muy misteriosa, así que decidí que el niño Dios era el hijo de Dios, San José, era un santo desinteresado que se presto ser el compañero de María en el establo mientras daba a luz, ya que Dios estaba muy ocupado vigilando a todo el mundo para llevar cuentas de sus pecados y hacer reservaciones en el cielo para los que no pecaban, y Papá Noel, solamente era el ayudante del niño Dios quien le hacía las compras, algo así como un “personal shopper” como dirían en inglés.
Pese a que escuchaba los rumores de que los padres eran quien en realidad compraban los regalos, y que me parecía que a veces al niño Dios se le iba la mano con algunos regalos y en cambio menguaba con otros, yo elegí creer en la historia del niño Dios hasta muy avanzada edad, porque esa idea me hacía feliz, porque los años se me hacían eternos y tener a quien pedirle algo para fin de año hacía menos tediosa la tarea de ir a dormir.
A mi el niño Dios me dejaba regalos en varias casas, sobre todo en las casas de mis tías paternas, y eso me hacía sentir una hija privilegiada del niño Dios. Pero también recuerdo cuando unos primos míos no recibieron la visita del niño Jesús, y una tía me explicó que era porque vivían muy lejos y el niño Jesús no había alcanzado a llegar y yo le respondí que porque no se los había enviado con su papá Dios, si se supone que él está en todas partes al mismo tiempo. Vi a mi tía en apuros para rebatir esa respuesta sin que las creencias religiosas quedaran desvirtuadas, pero ese día empecé a cuestionar no la existencia de un niño Dios, sino la existencia de un Dios adulto que estaba en todas partes al mismo tiempo, de un Dios justo que amaba a todos por igual.
Mis regalos no alcanzaron para subsanar la pérdida que mis seis primos habían tenido ese año, pero aunque nadie lo supo, ese día le perdí el dulce a los regalos de navidad, después de eso ya no fue lo mismo para mí, porque siempre que abría mi regalo de navidad pensaba en los niños que vivían tan lejos para que el niño Dios los visitara.
Esto me ha llevado a preguntarme muchas veces si creo en Dios y aunque concluyo que si, la manera como creo en él, no hace feliz a los que me rodean. Pienso que creer en Dios es muy fácil para quienes siempre han tenido que comer, para quienes la supervivencia material siempre esta resuelta y jamás se han tenido que plantear siquiera la pregunta de como van a sobrevivir al día siguiente o ese mismo día incluso, también es muy fácil creer en Dios para aquellos que lo han tenido todo y que el único problema que han enfrentado en la vida es el desamor de alguien, porque entonces refugiarse en el amor de Dios es reconfortante, o para los que se han extraviado y han decidido transmigrar del dolor a una dicha aunque sea ficticia, porque en la trasmigración es muy fácil atribuirle el mágico cambio a un Dios que esta allá afuera haciendo cosas por nosotros.
También he considerado un acto heroico para los que sin tener nada que comer creen en un Dios que posterga la abundancia en su mesa solamente para purificar sus almas. Y para los que van a la iglesia a ver a un sacerdote tomar vino en una copa de oro, mientras ellos tienen que conformarse con beber agua contaminada. Por eso me resulta tan difícil creer en el Dios exterior del que muchos hablan, o en un diablo que esta tentándome para no creer en Dios. Pienso que Dios está dentro de nosotros que se activa cuando somos capaces de pactar con lo mejor de nosotros, y que el llamado demonio también reside dentro de cada uno de nosotros, y que es muy fácil detectarlo, porque nos hace creer que somos él, ese no puede ser otro que el ego. Así que sentirse mejor que los demás porque no cedemos a la tentación del demonio y porque creemos en un Dios externo en particular y en los dictados de los diferentes textos bíblicos me parece prepotente y egocéntrico, en mi léxico teológico, diabólico.
Por eso ahora que enfrento la difícil decisión de relacionar a mis nietos con la navidad, no sé como hacerlo, entre otras cosas no soy yo quien debe hacerlo, en todo caso es tarea de sus padres, pero he descubierto que cuando ellos vengan a mí y me pregunten por Santa Claus, sabré que ha entrado un nuevo personaje al engranaje de la navidad y que tendré que debatirme entre dejarlos atrapados en el pasado en aras de la tradición o escribir un nuevo cuento que todos recrearemos una vez al año.
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el fotografo