EL MANTO EXPIATORIO.
Estaba leyendo que solo el 1% de nuestro entorno social a lo largo de nuestra vida nos reconoce nuestra belleza natural, aquella que no es intervenida por productos artificiales o quirófanos ni por interpretaciones sociales acerca de lo que es la belleza, en líneas generales el 99% de nuestro entorno social no reconoce nuestra belleza o por avaricia emocional, es decir porque sienten que reconocer la belleza de otros los hace a ellos menos bellos, o porque están más centrados en lo que nos hace falta para lograr la perfección física. Y es que cuando somos jóvenes nos percibimos a nosotros mismos no como lucimos realmente sino como la sociedad nos ve, como los cánones sociales dictan, lo que crea muchas fisuras en nuestra autoestima.
Aunque ese día empecé a verme con ojos nuevos, la autoestima es una batalla diariamente librada, constantemente perdemos batallas, para después volver a ganarlas, por eso en estos días decidí visitar mi pasado y sostener una conversación con uno de esos hombres que uno ama, y vuelve a amar, y que por más que uno piensa que han salido de la vida de uno, de alguna manera siempre están allí. Cuando él y yo nos enamoramos, tuvimos un romance muy intenso, a pesar de que él me demostró su amor de una y mil maneras y era incondicional conmigo, yo siempre tuve poco sentido de merecimiento con él, sólo porque él era físicamente un hombre muy guapo, y yo me sentía en desventaja con su apariencia física, esto hizo que soltara mis demonios de la manera menos apropiada, y que dejara actuar a mi temor en vez de mi amor. Rompimos por eso y nos hicimos mucho daño con palabras que ahora estoy segura no significaban lo que el otro interpretó, y que no tenían la intención que cada uno asumió.
Me quedé pensando en esto porque a mí me pasó lo mismo, durante mi adolescencia me percibía a mi misma de acuerdo a como los demás decían que era una mujer bella, por eso cuando me miraba en el espejo no veía a Luz Dary sino a la que le hacía falta muchas cosas para ser la Luz Dary que los demás esperaban que yo fuera, y que era la que yo pensaba en aquel entonces que quería ser y que se merecía mi amor. El primer hombre que me dijo que yo era bella fue un joven y apuesto muchacho varios años mayor que yo, él se quedó mirándome como si yo fuera una suerte de divinidad, después me preguntó si hacía mucho ejercicio, le dije que solamente patinaba, y él me dijo que eso explicaba porque yo tenía un cuerpo tan espectacular, ese adjetivo quedó resonando en mis oídos y me fui aquel día con la certeza que se estaba burlando de mí, pero conforme pasaban los días cada vez que lo veía él insistía en que yo tenía un cuerpo espectacular, me aventuré a preguntarle que le veía de espectacular y me dijo que tenía buenas proporciones pero que definitivamente mi mejor parte del cuerpo era mi derriere y mi pelvis, yo no lo podía creer, porque justamente había invertido todos los años anteriores de mi vida cubriendo mi pelvis y mis glúteos porque estaba convencida que no debía exhibir mis caderas luxadas. Aquel día me puse los lentes de aquel hombre para mirarme al espejo y descubrí lo que aquel hombre veía en mí y que yo no me había dado cuenta. Ese fue el día que me hice un tatuaje en mi glúteo derecho, era la manera como exorcizaba al demonio de la desaprobación social y como marcaba orgullosamente la parte de mi cuerpo que en adelante quería exhibir sin pena alguna, quizá ese fue el primer elemento de mi manto expiatorio del que habla Clarissa Pinkola Estes en su libro “mujeres que corren con lobos”
Mi espectacular pelvis flotante |
El día que le dije como realmente me había sentido aquella vez, comprendí que la mujer que había hablado aquella vez que rompimos, era la misma que alguna vez había sido yo, la que no tenía una buena auto imagen, ni una buena autoestima, que aquel día me había abandonado a mi misma y había quedado a merced de aquella mujer de mi pasado, que pensé que se había quedado guardada en alguna dimensión por allá a finales de la década de los 70.
Hoy mientras hago esta reflexión me he hecho consciente que las mujeres que hemos sido no se marchan a ningún lugar, que no nos abandonan, que nosotras mismas las guardamos en ese sótano llamado inconsciente y que si no estamos despiertas en el aquí y el ahora vigilantes de nuestros pensamientos sentimientos y acciones, se pueden levantar y actuar en nombre de la que somos en este momento, independientemente que pensemos que somos muy maduras y equilibradas.
Mis maravillosas caderas luxadas |
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Vilma