LA PROSTITUTA DEL VECINDARIO.
Adoro la piscina del edificio donde vive Alina, es agradable, bonita y sobre todo me da la opción de salir al mar, solo que hay que pagar un gran precio por ir allá, en términos de disciplina y normatividad. La misma Alina se lamenta de que las normas son absurdas, como por ejemplo que las toallas que usemos sean del mismo color de los muebles de la piscina o que las medidas de seguridad sean tan estrictas que tengamos que usar un censor digital para movernos de un área a la otra, o que no podamos comer sino estrictamente en el área estipulada por la administración del edificio. Siempre que estoy allá veo en apuros a algunos visitantes a quienes les cuesta ser normativos. Yo cumplo con todas las normas me estén viendo o no, soy tan fanática de cumplirlas que soy de las que cuenta cuatro segundos en las señales de "pare" que es lo que dice el reglamento, aunque sean las cuatro de la madrugada, no haya cámara en la intersección y tenga la absoluta certeza de que nadie me está v...