EL DIPLOMA.
Ando deshaciéndome del equipaje innecesario, que para mi sorpresa es más que el necesario, mi pasado brilló ante mis ojos tan vivo como si fuera presente, menos las cartas de él que estaban allí con palabras muertas en este momento para mi, cartas que alguna vez detonaron sentimientos en los que deposité todo mi aliento y mi energía vital.
El fue uno de los hombres más importantes en mi vida, lo amé con mi corazón, con mi cuerpo, con mis instintos, con mis vísceras, con mi boca, con mi racionalidad, con mi irracionalidad, con mis manos, con mi locura, con mi cordura, pero sobre todo con mi alma. Juramos no una sino muchas veces (casi cada día que estuvimos juntos) amarnos mas allá de la vida, aunque nuestra razón no comprendiera al otro. Juntos vimos crecer al diablo durante el tiempo que estuvimos juntos, entramos y salimos de su infierno en cada adversidad, con lo que nuestras promesas de amor se fortalecían más y una misteriosa pasión que ni siquiera era sexual crecía entre nosotros. Creo que nuestro mayor error fue coronar nuestros egos como reyes de la relación y considerar el apego amor.
En este momento pienso que fue la relación más dolorosa que he tenido y creo que en nombre de ese dolor fue que siempre sentimos el deseo de protegernos el uno al otro con promesas de amor eterno, ese dolor alimentaba nuestro miedo al futuro y justo por eso necesitábamos esas promesas, quizá era la única manera que teníamos de asegurarnos que nuestro futuro no era tan incierto como temíamos. Estoy segura que sus promesas eran tan sinceras como las mías, al menos cuando las hacíamos, creíamos tener control sobre lo que sentíamos y sobre el futuro de lo que sentíamos, nunca contamos con que con el tiempo nos haríamos fuertes, aprenderíamos a temer menos y el futuro ya no sería una amenaza sino la más dulce invitación a la aventura y que con ello encontraríamos nuevos significados para la palabra amor.
Ya hace siete años desde que él me dijo adiós, luego de haberle cambiado de etiquetas y de estatus a la relación en nuestra desesperación por preservarla y por mantener vivas nuestras promesas de amor. No fue la primera vez que acepté un adiós suyo en mi vida, antes lo había despedido de alguna manera; y siempre pensé que esa era mi mejor prueba de amor para él.
Confieso que lo he esperado todo este tiempo, no como pareja porque ya la tengo, y el ya suya, he esperado por ese amor del alma al que los dos aspiramos, al que yo siempre le aposté. A ese amor que se le esfumó, o que él no supo retener, no lo sé.
Cuando mi madre murió esperé por su llamada durante los tres días antes del funeral, ni siquiera esperé que regresara, sólo que me llamara para constatar que el amor sobrevive más allá de nuestros miedos y que es capaz de abrazar al otro en la adversidad. Ese último día abandoné la esperanza de que él regresara a mi vida, creo que su recuerdo y el amor que una vez dijimos tenernos quedó de alguna forma sepultado con el cuerpo de mi madre. El último día que pasé en la que fuera la casa de mi madre, sólo sobrevivía en la pared un diploma con que él me condecoró alguna vez como lo mejor que le había pasado en su vida, fue la única pertenencia que no supe que hacer con ella. Me pregunto que rumbo habrá tomado, en todo caso un rumbo tan desconocido como sus sentimientos por mí.
El fue uno de los hombres más importantes en mi vida, lo amé con mi corazón, con mi cuerpo, con mis instintos, con mis vísceras, con mi boca, con mi racionalidad, con mi irracionalidad, con mis manos, con mi locura, con mi cordura, pero sobre todo con mi alma. Juramos no una sino muchas veces (casi cada día que estuvimos juntos) amarnos mas allá de la vida, aunque nuestra razón no comprendiera al otro. Juntos vimos crecer al diablo durante el tiempo que estuvimos juntos, entramos y salimos de su infierno en cada adversidad, con lo que nuestras promesas de amor se fortalecían más y una misteriosa pasión que ni siquiera era sexual crecía entre nosotros. Creo que nuestro mayor error fue coronar nuestros egos como reyes de la relación y considerar el apego amor.
En este momento pienso que fue la relación más dolorosa que he tenido y creo que en nombre de ese dolor fue que siempre sentimos el deseo de protegernos el uno al otro con promesas de amor eterno, ese dolor alimentaba nuestro miedo al futuro y justo por eso necesitábamos esas promesas, quizá era la única manera que teníamos de asegurarnos que nuestro futuro no era tan incierto como temíamos. Estoy segura que sus promesas eran tan sinceras como las mías, al menos cuando las hacíamos, creíamos tener control sobre lo que sentíamos y sobre el futuro de lo que sentíamos, nunca contamos con que con el tiempo nos haríamos fuertes, aprenderíamos a temer menos y el futuro ya no sería una amenaza sino la más dulce invitación a la aventura y que con ello encontraríamos nuevos significados para la palabra amor.
Ya hace siete años desde que él me dijo adiós, luego de haberle cambiado de etiquetas y de estatus a la relación en nuestra desesperación por preservarla y por mantener vivas nuestras promesas de amor. No fue la primera vez que acepté un adiós suyo en mi vida, antes lo había despedido de alguna manera; y siempre pensé que esa era mi mejor prueba de amor para él.
Confieso que lo he esperado todo este tiempo, no como pareja porque ya la tengo, y el ya suya, he esperado por ese amor del alma al que los dos aspiramos, al que yo siempre le aposté. A ese amor que se le esfumó, o que él no supo retener, no lo sé.
Cuando mi madre murió esperé por su llamada durante los tres días antes del funeral, ni siquiera esperé que regresara, sólo que me llamara para constatar que el amor sobrevive más allá de nuestros miedos y que es capaz de abrazar al otro en la adversidad. Ese último día abandoné la esperanza de que él regresara a mi vida, creo que su recuerdo y el amor que una vez dijimos tenernos quedó de alguna forma sepultado con el cuerpo de mi madre. El último día que pasé en la que fuera la casa de mi madre, sólo sobrevivía en la pared un diploma con que él me condecoró alguna vez como lo mejor que le había pasado en su vida, fue la única pertenencia que no supe que hacer con ella. Me pregunto que rumbo habrá tomado, en todo caso un rumbo tan desconocido como sus sentimientos por mí.
Comentarios
Comprendo todo lo que hay alli, en tu corazón mucho más de lo que tu crees, un beso al alma
el fotografo
Tu esposito.