PECADOS VENIALES
Hice la primera comunión a mis escasos seis años en épocas donde la edad no era un requisito como ahora, la hice en contra de mi voluntad, después de haber asistido al catecismo y tratar de poner en práctica algunas de las enseñanzas sin éxito alguno. Regalar algunas joyas que llevaba puestas formaba parte de poner en práctica el darle de comer al hambriento, no obstante no me era permitido, se me hacía difícil comprender los límites que tenía algo tan simple como darle de comer al hambriento.
Y empecé mal, muy mal, porque mentí durante mi primera confesión, a decir verdad el único pecado que encontré fue el de sentir pereza de ir a la misa y escabullirme algunas veces para no estar allí. Dije que había faltado a la misa porque mi madre estaba enferma, pero al minuto siguiente me acusé de ser una mentirosa, como quien dice había matado dos pájaros de un solo tiro. Recuerdo que algo que había aprendido muy bien, fue a no comulgar sin confesarme, pero mis pecados nunca me parecieron lo suficientemente pecados para llevarlos al confesionario.
En la casa cural vendían los recortes de las hostias, los vendían en un sobre de carta grande, y yo era por aquella época la mejor compradora de aquellos recortes, más que por que me resultaban deliciosos a mi paladar, porque era mi manera de comulgar sin confesarme. Los llevaba a la misa, me sentaba en la primera silla para asegurarme la bendición de mis recortes durante la ceremonia de consagración; y cuando llegaba el momento de la comunión sacaba mi mejor recorte y me lo llevaba a la boca.
En el colegio nos llevaban a hacer los primeros viernes, una tradición que había en aquella época en donde los primeros viernes de cada mes había que confesarse para limpiar la conciencia, era una especie de licencia para poder comulgar el resto del mes, todo apuntaba a que los pecados a partir de esa fecha quedaban acumulados para ser lavados en el próximo primer viernes. Cuando a veces una niña que no se había confesado en el primer viernes se acercaba a comulgar el cura le lanzaba una mirada acusadora y saltaba a la siguiente persona dejándola sin comunión.
Una vez decidí desafiar al sacerdote y me acerqué aún sabiendo que no me daría la comunión porque no había hecho mi confesión del primer viernes, recuerdo mis piernas temblando ante la primera autoridad del pueblo (el alcalde era un cero a la izquierda del cura) y mi corazón galopando con fuerza sobre aquel diminuto pecho, amenazando con salirse de allí, cuando el sacerdote me atravesó con aquella mirada acusadora, saqué mi mejor recorte del sobre y me lo llevé yo misma a la boca.
Esa fue la segunda vez que fui expulsada de una iglesia por insolente, no superaba mis ocho años de edad y empezaba a militar en las filas de la rebeldía.
Creo que he sido la pecadora que más hostias he comido, pese a que desde aquel día se le prohibió al sacristán venderme recortes de hostias, pero de no haber sido por eso, no las hubiera aprendido a hacer yo misma, con la ganancia de las hostias u obleas que llamaban le compré regalo de navidad a mi madre ese año. Por algo dicen que una persona de éxito es aquella que se construye un pedestal con las piedras que le arrojan, en tiempos como los que vivo actualmente debo recordar que en la vida me he construido muchas veces, muchos pedestales, y que ninguna de aquellas piedras ha conseguido derribarme.
Y empecé mal, muy mal, porque mentí durante mi primera confesión, a decir verdad el único pecado que encontré fue el de sentir pereza de ir a la misa y escabullirme algunas veces para no estar allí. Dije que había faltado a la misa porque mi madre estaba enferma, pero al minuto siguiente me acusé de ser una mentirosa, como quien dice había matado dos pájaros de un solo tiro. Recuerdo que algo que había aprendido muy bien, fue a no comulgar sin confesarme, pero mis pecados nunca me parecieron lo suficientemente pecados para llevarlos al confesionario.
En la casa cural vendían los recortes de las hostias, los vendían en un sobre de carta grande, y yo era por aquella época la mejor compradora de aquellos recortes, más que por que me resultaban deliciosos a mi paladar, porque era mi manera de comulgar sin confesarme. Los llevaba a la misa, me sentaba en la primera silla para asegurarme la bendición de mis recortes durante la ceremonia de consagración; y cuando llegaba el momento de la comunión sacaba mi mejor recorte y me lo llevaba a la boca.
En el colegio nos llevaban a hacer los primeros viernes, una tradición que había en aquella época en donde los primeros viernes de cada mes había que confesarse para limpiar la conciencia, era una especie de licencia para poder comulgar el resto del mes, todo apuntaba a que los pecados a partir de esa fecha quedaban acumulados para ser lavados en el próximo primer viernes. Cuando a veces una niña que no se había confesado en el primer viernes se acercaba a comulgar el cura le lanzaba una mirada acusadora y saltaba a la siguiente persona dejándola sin comunión.
Una vez decidí desafiar al sacerdote y me acerqué aún sabiendo que no me daría la comunión porque no había hecho mi confesión del primer viernes, recuerdo mis piernas temblando ante la primera autoridad del pueblo (el alcalde era un cero a la izquierda del cura) y mi corazón galopando con fuerza sobre aquel diminuto pecho, amenazando con salirse de allí, cuando el sacerdote me atravesó con aquella mirada acusadora, saqué mi mejor recorte del sobre y me lo llevé yo misma a la boca.
Esa fue la segunda vez que fui expulsada de una iglesia por insolente, no superaba mis ocho años de edad y empezaba a militar en las filas de la rebeldía.
Creo que he sido la pecadora que más hostias he comido, pese a que desde aquel día se le prohibió al sacristán venderme recortes de hostias, pero de no haber sido por eso, no las hubiera aprendido a hacer yo misma, con la ganancia de las hostias u obleas que llamaban le compré regalo de navidad a mi madre ese año. Por algo dicen que una persona de éxito es aquella que se construye un pedestal con las piedras que le arrojan, en tiempos como los que vivo actualmente debo recordar que en la vida me he construido muchas veces, muchos pedestales, y que ninguna de aquellas piedras ha conseguido derribarme.
Comentarios
si no gusto ya sé lo que hay que hacer que con mis piedras hacen ellas su pared". También te imaginé de pequeña con tus recortes y me causaste mucha ternura. Es sorprendente como la iglesia influyó y sigue influyendo en la forma como percibimos el mundo, sus escenarios y sus autores. Qué había de rebelde en querer comulgar con Dios sin intermediarios? Lo que hay es una amenaza a la autoridad porque si percibiéramos que Dios tiene línea directa se acabaría el negocio para los "operadores y operadoras". Adelante, que el pedestal quedará hermoso.
Me encanto tu historia, es genialisima, especialmente el contexto. Pero lo que mas me agrado es que sabes hacer recortes de hostia, me visualizo comiendolos con arequipe.....mmmmmm....dame la receta por favor.Un abrazo,
Clemencia Huertas