LA REDENTORA

Hace años disfrutaba intensamente escuchando los problemas de los demás, cuando eso pasaba una misteriosa motivación se activaba dentro de mí, y ocuparme de esa persona se convertía en una de mis prioridades del momento, para entonces ignoraba que aquello era solo música para mi ego, que la redentora dentro de mí se activaba como mecanismo de supervivencia emocional, y estaba convencida que me había hecho experta en experiencias dolorosas a las que les otorgaba más y más energía recreándolas para de esa forma mantenerlas atrapadas en un pasado que se perpetuaba a sí mismo, garantizándome la evasión de responsabilidad sobre mí misma.

Muchas de mis relaciones interpersonales nacieron en situaciones donde la otra persona estaba en crisis, nos unía la heridología que los dos teníamos en común, un vínculo que se fortalece mientras más grandes hayan sido las heridas que ambas personas cargan a cuestas. El tiempo compartido gira entonces en torno a recrear una y otra vez las tristes historias en las que hemos sido víctimas, y es que ser víctima otorga una máxima garantía: que el mundo es cruel y lleno de verdugos lo cual nos alejara de la posibilidad de encargarnos de nosotros mismos y tomar responsabilidad sobre nuestra propia vida.

Estas han sido las mismas relaciones que murieron cuando la víctima dentro de mí dejó de existir, muchas de las personas que me acompañaron en aquella etapa de victimización desaparecieron conforme me fui haciendo responsable de mi vida y conforme fui comprendiendo que todo lo que le ocurría a mi vida lo convocaba, lo organizaba y lo escenificaba yo misma.

Comprender que se es, el libretista, el director y el actor principal de nuestra película, puede ser tan desgarrador como liberador, tener que liberar a todos nuestros actores de reparto que colaboran incondicionalmente en la representación de este drama llamado vida no solo es una forma de morir, sino un nacimiento a una vida completamente nueva.

En aquel entonces era tan sencillo y hasta placentero entregar día a día los mismos consejos a otros sobre lo que debían hacer sin importar si yo misma no los ponía en práctica. Tampoco era consciente de la inversión de tiempo, energía y el desgaste que ello implicaba, eso es porque yo misma demandaba tanto tiempo y energía de otros para que escucharan mis historias de victimización.

Muchas cosas cambian cuando tomamos el mando:

Hablamos menos por teléfono, vencemos la compulsión por hablar de nuestros problemas, porque ya no los vemos como problemas sino como oportunidades para crecer, en vez de hablar de ellos, optamos por meditar y buscar el mensaje oculto, porque cada situación adversa, es como aquellas galletitas de los restaurantes chinos, que uno tiene que romper para sacar el mensaje, de la misma forma, nuestras adversidades nos obligan a romper algún sistema de creencias para encontrar lo que cada situación trae para nosotros.

Nos volvemos más amigos de nosotros mismos, por eso cuando atravesamos una noche larga y oscura del alma, ya no es preciso buscar a nadie para refugiarnos de nuestra soledad, porque la soledad ya no es ese fantasma temido que nos grita cosas acerca de nosotros mismos que no queremos escuchar, sino una concurrencia de nosotros mismos que nos permite ya no ver más culpables e inocentes sino participantes. Y eso nos ayuda a disfrutar de nosotros mismos ya no desde la minusvalía que nos otorga la falta de compañía sino desde la riqueza que nos brinda el saber que la compañía del otro debe ser una elección de ambos y no una obligación mutua.

También nos permite aprender a decir no, cuando es no, un no, que no reprocha, sino un no, que ama, que rescata el espacio personal de cada uno de los implicados, un no que afirma nuestra personalidad y que nos otorga mayor seguridad en nosotros mismos.

No obstante tomar el mando de nuestra vida nunca es una guerra ganada, sino una batalla diariamente librada, no es algo que aprendamos automáticamente a hacer como conducir o caminar, es una invitación diaria a ser observados por nosotros mismos y a observar nuestro entorno, a estar presentes en el mejor lugar que podemos estar, en el aquí y ahora en este presente que se desliza entre mis manos mientras estas letras viajan en el tren del futuro hacia su vista convirtiéndose en su presente, aunque para mí ya se hayan convertido en pasado.

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