JUGUETES PARA EL ALMA

El día de navidad visitamos a la hermana de mi esposo, quien nos mostró un rincón que tiene en su casa donde ella pone artefactos representativos de países que ha visitado, o que le traen sus invitados, le brillaban los ojos cuando nos contó sobre la procedencia de uno de ellos y se deleitó en narrar con lujo de detalles la historia de cómo había llegado hasta allí aquel artefacto. Comprendí que esos eran sus juguetes y esa visión del momento me resultó irresistible porque fue como poder ver la niña que ella guarda dentro de si, a la que nunca conocí, pero que ella se aseguraba de mostrarme en un ritual del que posiblemente ni ella misma era conciente.

Ese mismo día más tarde, mi esposo sacó del auto un helicóptero de radio control que mi yerno le había regalado, para estrenarlo, y aunque la noche anterior cuando se lo habían dado pensé que habían suficientes vehículos voladores en mi casa y que ya era demasiado, sólo en ese momento comprendí que esos eran los juguetes de mi esposo y me alegré de saber que mi yerno había conseguido conectarse con el niño interno de mi esposo para hacerle un regalo.

Y me quedé pensando en mis juguetes, me sentí como una niña desolada por no tener juguetes, casi que reclamándolos en un llanto silente. Durante el desayuno del día siguiente le comenté a mi esposo sobre mi inquietud y como sentía que no tenía juguetes después de ver a su hermana y a él con los suyos; y de la importancia de tener juguetes en la edad adulta para seguir protegiendo a nuestro niño interior. A mi esposo le sorprendió que no fuera conciente que la ropa y los accesorios son mis juguetes. Entonces hicimos un análisis de la manera como me relaciono con la ropa y los accesorios y como no me identifico con ninguna pinta en especial de las que luzco, para mi la ropa es una manera de disfrazarme, de divertirme jugando a ser una mujer diferente que seguramente tengo guardada en el diván de mi imaginación y de mi alma, pero que no es todo lo que soy. Como cuando somos niñas y jugamos a ponernos la ropa de la mamá y de las tías.
Seriamente creo que ni un niño se pondría tan feliz con un juguete como mi esposo con este.

Durante mucho tiempo escuché teorías muy serias acerca de la ropa que uno debía usar y de la que uno no debía usar, y a veces simplemente me aventuro a usar aquella que no estaba sujeta a usar porque alguien dictamina que esa ropa no va con mi cuerpo, con mi supuesta personalidad o con mi nivel socio cultural. Me divierte cuando uso la ropa que “no debería” usar y la gente me halaga y me hablan de lo bien que luzco, nunca se si lo están diciendo en serio o si se estarán burlando de mi, confieso que la duda forma parte del juego y de la diversión.

Y como mi mayor diversión siempre ha sido bucear por las fauces de la siquis de la gente, este juego me lo permite, porque siempre que me pongo alguna ropa que rompe esquemas me gusta ver las reacciones de la gente y los comentarios que se contradicen unos con otros, lo mismo sucede con el cabello, cuando lo llevo corto algunos dicen que me veo mejor, a veces los mismos son los que dicen que luzco mejor con el cabello largo.

Siempre concluyo que identificarnos con un sólo estilo de ropa no nos define como personas, solo exhibe nuestro temor a ser mucho más que lo que aparentamos y que creemos que somos, personalmente me gusta pensar en mi como la anfitriona de muchas mujeres a las que puedo sacar de paseo y que me permiten explorar aspectos de mi misma que desconocía.

Y ahora que soy consciente de cuales son mis juguetes me siento feliz dando rienda suelta a mi imaginación y sobre todo me siento feliz de haberme reunido de nuevo (con esta nueva conciencia) con aquella niña que seguramente tenía abandonada, o con la que jugaba sin saber que estaba jugando y sin saber las reglas del juego.

¿Y usted ya identificó cuales son sus juguetes?

A nadie se le ocurriría que yo fuera una bailarina de vientre excepto a Felipe mi fiel lector  (que hizo el montaje) y a mi

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA SEXIGENARIA

HADA DE LAS ALAS ROTAS.

LA RESURRECCIÓN DE COQUITO