¿SOY LO QUE HAGO O HAGO LO QUE SOY?
Casi siempre que me preguntan acerca de mi profesión me veo en aprietos porque cuando digo la verdad no me creen, pero si digo una mentira tampoco, y me pasa con muchas cosas, con mi estado civil, con la edad, con mis actividades favoritas, con mi identidad sexual, con mis preferencias sexuales etc.
Recuerdo una vez que llegué a una reunión de amigas, y una de ellas muy bien emparentada con el que dirán, me preguntó en que estaba trabajando, como tenía varias ocupaciones en ése momento (cosa que es lo más natural en este país) elegí la que primero llegó a mi cabeza y respondí que estaba vendiendo paletas (cierto) a lo cual ella me llamó al orden y me pidió que le respondiera en serio, cuando por segunda vez le dije que era en serio que estaba vendiendo paletas entre otras muchas más ocupaciones que no mencionaría para no abochornarla, ella se echó aire con el primer papel que encontró a la mano y bastante sonrojada (tenia pena por mí) le dijo al resto del grupo, que yo siempre estaba haciendo ese tipo de bromas y que no debían creerme.
Y ésta es la misma escena que protagonizo cada vez que hablo de las diferentes actividades que realizo para ganarme la vida: recibo una mirada de desaprobación seguida de un llamado de atención para que empiece a hablar en serio, sin importar si de hecho lo estoy haciendo. Los escritores no vivimos siempre de las letras, hay quienes lo hacen, otros salimos al ruedo nos untamos de todo lo que sea necesario no sólo para perseguir la estabilidad económica, sino para que las letras se nos metan en la sangre se nos peguen en la piel, en el cuerpo, en la cabeza, en las manos y llegar a casa con un mercado de palabras y experiencias que después organizamos cual rompecabezas para darle forma a alguna idea.
Muchas veces recibo consejos (que nunca pido) acerca de profesiones en las que me debo aventurar, cursos que debo realizar y títulos que debo perseguir para vivir mejor, y es curioso que me de cuenta que no vivo mejor cuando la gente me entera de ello, porque la mayoría del tiempo pienso que vivo muy bien.
Como me muevo en una diversidad cultural y social inusual, cada vez que interactúo en uno y otro grupo me siento en apuros a la hora de validar "quien soy". Y aclaro que no me veo en apuros por mí, sino por la ansiedad que parece generar en los demás el saber quien soy en aras de ubicarme en un molde conceptual que sea consecuente con lo que escribo, con lo que digo, con lo que pienso, aunque pienso que en últimas ellos quieren que yo sea consecuente con el ideal que se forman de mí.
Y seguramente que muchos de ustedes se ven enfrentados a un arsenal de preguntas que validen su posición social y económica ante la sociedad en aras de ser juzgados como exitosos o fracasados. Durante mis interacciones sociales, seguramente que muchos quedan defraudados al comprobar que no encajo en el modelo social de "exitosa", y como si fuera poco tampoco prometo serlo.
De todo esto he aprendido que la óptica de cada persona es distinta; y que de que tan consciente o inconscientemente vivamos nuestras vidas nos tornamos tolerantes o intolerantes con nosotros mismos y con los demás. Una actitud intolerante con los demás solo deja al desnudo nuestro lente personal, y los tintes de nuestra realidad. Lo cual no invalida nuestra manera de ver la vida, ni la de los demás, solo deja al descubierto nuestra frecuencia vibratoria.
Las interacciones sociales se me antojan algo muy apasionante, por cuanto uno se siente como sintonizando una emisora, moviéndose entre la frecuencia de cada uno. Algunas veces encontramos personas con las que sabemos que tenemos que hablar menos, lo cual nos permite ejercitarnos en escuchar más y mejor, otras veces nos encontramos con personas que nos exhortan a hablar más, lo cual nos permite ejercitar el ser consecuentes entre lo que pensamos, sentimos y decimos al mismo tiempo que ganamos destreza en la elección del lenguaje con que nos expresamos.
Las relaciones interpersonales nos entregan esa poderosa oportunidad de trascender las fachadas y renunciar al banquete de la buena impresión que siempre demanda el ego. Enfocándonos en lo que pasa a nivel profundo en cada encuentro con la gente, aprendemos más que si leemos mil libros de superación personal, las relaciones son el mejor espejo en que podemos observarnos a nosotros mismos, sabiendo que a la vez somos observados, es danzar desnudos frente a ese espejo, como si nadie nos estuviera observando y desapegados de todo deseo de aprobación.
Recuerdo una vez que llegué a una reunión de amigas, y una de ellas muy bien emparentada con el que dirán, me preguntó en que estaba trabajando, como tenía varias ocupaciones en ése momento (cosa que es lo más natural en este país) elegí la que primero llegó a mi cabeza y respondí que estaba vendiendo paletas (cierto) a lo cual ella me llamó al orden y me pidió que le respondiera en serio, cuando por segunda vez le dije que era en serio que estaba vendiendo paletas entre otras muchas más ocupaciones que no mencionaría para no abochornarla, ella se echó aire con el primer papel que encontró a la mano y bastante sonrojada (tenia pena por mí) le dijo al resto del grupo, que yo siempre estaba haciendo ese tipo de bromas y que no debían creerme.
Y ésta es la misma escena que protagonizo cada vez que hablo de las diferentes actividades que realizo para ganarme la vida: recibo una mirada de desaprobación seguida de un llamado de atención para que empiece a hablar en serio, sin importar si de hecho lo estoy haciendo. Los escritores no vivimos siempre de las letras, hay quienes lo hacen, otros salimos al ruedo nos untamos de todo lo que sea necesario no sólo para perseguir la estabilidad económica, sino para que las letras se nos metan en la sangre se nos peguen en la piel, en el cuerpo, en la cabeza, en las manos y llegar a casa con un mercado de palabras y experiencias que después organizamos cual rompecabezas para darle forma a alguna idea.
Muchas veces recibo consejos (que nunca pido) acerca de profesiones en las que me debo aventurar, cursos que debo realizar y títulos que debo perseguir para vivir mejor, y es curioso que me de cuenta que no vivo mejor cuando la gente me entera de ello, porque la mayoría del tiempo pienso que vivo muy bien.
Como me muevo en una diversidad cultural y social inusual, cada vez que interactúo en uno y otro grupo me siento en apuros a la hora de validar "quien soy". Y aclaro que no me veo en apuros por mí, sino por la ansiedad que parece generar en los demás el saber quien soy en aras de ubicarme en un molde conceptual que sea consecuente con lo que escribo, con lo que digo, con lo que pienso, aunque pienso que en últimas ellos quieren que yo sea consecuente con el ideal que se forman de mí.
Y seguramente que muchos de ustedes se ven enfrentados a un arsenal de preguntas que validen su posición social y económica ante la sociedad en aras de ser juzgados como exitosos o fracasados. Durante mis interacciones sociales, seguramente que muchos quedan defraudados al comprobar que no encajo en el modelo social de "exitosa", y como si fuera poco tampoco prometo serlo.
De todo esto he aprendido que la óptica de cada persona es distinta; y que de que tan consciente o inconscientemente vivamos nuestras vidas nos tornamos tolerantes o intolerantes con nosotros mismos y con los demás. Una actitud intolerante con los demás solo deja al desnudo nuestro lente personal, y los tintes de nuestra realidad. Lo cual no invalida nuestra manera de ver la vida, ni la de los demás, solo deja al descubierto nuestra frecuencia vibratoria.
Las interacciones sociales se me antojan algo muy apasionante, por cuanto uno se siente como sintonizando una emisora, moviéndose entre la frecuencia de cada uno. Algunas veces encontramos personas con las que sabemos que tenemos que hablar menos, lo cual nos permite ejercitarnos en escuchar más y mejor, otras veces nos encontramos con personas que nos exhortan a hablar más, lo cual nos permite ejercitar el ser consecuentes entre lo que pensamos, sentimos y decimos al mismo tiempo que ganamos destreza en la elección del lenguaje con que nos expresamos.
Las relaciones interpersonales nos entregan esa poderosa oportunidad de trascender las fachadas y renunciar al banquete de la buena impresión que siempre demanda el ego. Enfocándonos en lo que pasa a nivel profundo en cada encuentro con la gente, aprendemos más que si leemos mil libros de superación personal, las relaciones son el mejor espejo en que podemos observarnos a nosotros mismos, sabiendo que a la vez somos observados, es danzar desnudos frente a ese espejo, como si nadie nos estuviera observando y desapegados de todo deseo de aprobación.
Comentarios
Marcelo Martuscelli
Este es uno de tus mejores artículos y las fotos ni hablar, buenísimas!"
Felipe A Lora
Mientras le hagamos el juego a esta Sociedad de consumo estaremos atados de pies y manos al que diran. Tanta exigencia por títulos y Magisters y son pocos los que realmente buscamos nutrir nuestro Ser Interior....
Cuando dejemos todo este Oropel y los condicionamientos sociales, raciales, religiosos, sexuales nos daremos real cuenta de lo que somos!"
Martha Elena Osorio