NIÑOS DE LA CALLE
Cada 15 segundos muere un niño por enfermedades relacionadas con la falta de agua, mientras alguien deja el grifo abierto y las grandes ciudades se engalanan con fuentes de agua. Los niños norteamericanos no saben que hacer con tanta ropa y tantos juguetes, mientras los de países en vía de desarrollo se las ven duras para vestirse y apenas si conocen algún juguete.
Este es el planeta en el que elegimos nacer, cargado de diversidad, la abundancia de unos es la carencia de otros, los niños de la calle posiblemente tienen más contacto físico con otro ser humano del que un niño rico promedio pueda disfrutar, por razones de seguridad o por abandono emocional.
Algunos niños son indigentes de la calle y otros son indigentes afectivos, los que tienen hambre la pueden saciar pidiendo comida, los que padecen hambre afectiva carecen del valor para pedir afecto, aunque ambos viven cubiertos por las mismas sombras de soledad.
Todo es perfecto, incluso un niño en la calle, tenemos un libre albedrío, la inconsciencia con que administramos ese libre albedrío podría ser la madre de todas nuestras equivocaciones, las buenas noticias son que hasta en las equivocaciones hay algo bueno para todos: la oportunidad de aprender y corregir.
Algunos de los mejores seres humanos que han poblado este planeta han sido niños de la calle, nuestra mentalidad dual nos impide ver el todo y darnos cuenta que una misma situación la pueden experimentar dos personas de maneras opuestas. Un niño de la calle puede optar por robar para tener alimentos, otro puede optar por hacer mandados a alguien así no le paguen mucho por ello, y sobrevivir con lo poco que le paguen mientras se va abriendo camino. El que roba para sobrevivir tiene menos esperanza en la vida o quizá es más ambicioso y quiere más dinero del que le pagarían por hacer mandados, pero su elección es igualmente válida, solo está haciendo lo mejor que sabe con lo que tiene, haciendo uso de su libre albedrío.
En Estados Unidos los niños no son de la calle, son de la casa, pero la gran mayoría fuera de este país no sospecha siquiera el hambre que hay aquí, sólo que la ley pone en aprietos la indigencia, y los niños siguen viviendo en sus casas soportando abusos de los mayores y hambre sin poderle mostrar sus llagas al mundo.
Y desde esta premisa de alguna manera los niños de la calle son afortunados porque pueden salir a la calle a mostrarle sus heridas al mundo, y exhibir nuestro reflejo, aquel del que huimos cada día porque estamos convencidos que la responsabilidad de este y de otros azotes sociales es del gobierno. Pero ¿que estamos haciendo cada uno de nosotros cada día por contribuir en algo para disminuir las cifras de niños abandonados y con hambre? Existen mil formas de contribuir directa e indirectamente al cambio, para eso habría que remodelar nuestro sistema de creencias, y adoptar una nueva conciencia en donde el despilfarro no esté al servicio de nuestro ego y de nuestra comodidad sino al verdadero servicio de los demás.
El día que seamos capaces de renunciar a una extravagancia para invertirla en alguien desconocido, que no ha hecho meritos personales para recibir nuestra ayuda; y podamos además decirle Adiós al reconocimiento por ese acto de servicio, una nueva mentalidad estará surgiendo y usted quien quiera que sea capaz de hacer eso, será el progenitor de una nueva conciencia social.
No necesitamos abanderar instituciones de ayuda a los pobres para ser parte del cambio, solamente necesitamos mirar más cerca de lo que imaginamos, en nuestro grupo familiar y social, siempre que veo un niño en la calle es inevitable que piense donde están sus tíos, primos, abuelos, aunque sea un primo lejano y es inevitable que me responda que seguramente está buscando una institución a la cual ayudar donde su ego obtenga más recompensas que la que le ofrece solamente ayudar a su familia. Tenemos la poderosa oportunidad de tomar decisiones proactivas cada segundo de nuestra vida con las cuales podemos impactar en el universo y resonar más fuerte que nuestros lamentos y rebeldía.
Este es el planeta en el que elegimos nacer, cargado de diversidad, la abundancia de unos es la carencia de otros, los niños de la calle posiblemente tienen más contacto físico con otro ser humano del que un niño rico promedio pueda disfrutar, por razones de seguridad o por abandono emocional.
Algunos niños son indigentes de la calle y otros son indigentes afectivos, los que tienen hambre la pueden saciar pidiendo comida, los que padecen hambre afectiva carecen del valor para pedir afecto, aunque ambos viven cubiertos por las mismas sombras de soledad.
Todo es perfecto, incluso un niño en la calle, tenemos un libre albedrío, la inconsciencia con que administramos ese libre albedrío podría ser la madre de todas nuestras equivocaciones, las buenas noticias son que hasta en las equivocaciones hay algo bueno para todos: la oportunidad de aprender y corregir.
Algunos de los mejores seres humanos que han poblado este planeta han sido niños de la calle, nuestra mentalidad dual nos impide ver el todo y darnos cuenta que una misma situación la pueden experimentar dos personas de maneras opuestas. Un niño de la calle puede optar por robar para tener alimentos, otro puede optar por hacer mandados a alguien así no le paguen mucho por ello, y sobrevivir con lo poco que le paguen mientras se va abriendo camino. El que roba para sobrevivir tiene menos esperanza en la vida o quizá es más ambicioso y quiere más dinero del que le pagarían por hacer mandados, pero su elección es igualmente válida, solo está haciendo lo mejor que sabe con lo que tiene, haciendo uso de su libre albedrío.
En Estados Unidos los niños no son de la calle, son de la casa, pero la gran mayoría fuera de este país no sospecha siquiera el hambre que hay aquí, sólo que la ley pone en aprietos la indigencia, y los niños siguen viviendo en sus casas soportando abusos de los mayores y hambre sin poderle mostrar sus llagas al mundo.
Y desde esta premisa de alguna manera los niños de la calle son afortunados porque pueden salir a la calle a mostrarle sus heridas al mundo, y exhibir nuestro reflejo, aquel del que huimos cada día porque estamos convencidos que la responsabilidad de este y de otros azotes sociales es del gobierno. Pero ¿que estamos haciendo cada uno de nosotros cada día por contribuir en algo para disminuir las cifras de niños abandonados y con hambre? Existen mil formas de contribuir directa e indirectamente al cambio, para eso habría que remodelar nuestro sistema de creencias, y adoptar una nueva conciencia en donde el despilfarro no esté al servicio de nuestro ego y de nuestra comodidad sino al verdadero servicio de los demás.
El día que seamos capaces de renunciar a una extravagancia para invertirla en alguien desconocido, que no ha hecho meritos personales para recibir nuestra ayuda; y podamos además decirle Adiós al reconocimiento por ese acto de servicio, una nueva mentalidad estará surgiendo y usted quien quiera que sea capaz de hacer eso, será el progenitor de una nueva conciencia social.
No necesitamos abanderar instituciones de ayuda a los pobres para ser parte del cambio, solamente necesitamos mirar más cerca de lo que imaginamos, en nuestro grupo familiar y social, siempre que veo un niño en la calle es inevitable que piense donde están sus tíos, primos, abuelos, aunque sea un primo lejano y es inevitable que me responda que seguramente está buscando una institución a la cual ayudar donde su ego obtenga más recompensas que la que le ofrece solamente ayudar a su familia. Tenemos la poderosa oportunidad de tomar decisiones proactivas cada segundo de nuestra vida con las cuales podemos impactar en el universo y resonar más fuerte que nuestros lamentos y rebeldía.
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