LOS CUENTOS QUE LEEMOS
Yo quería mucho a Melina, mi amiga de la adolescencia allá en la tierra del “mirá vé” en Cali, Colombia, alguna vez hasta pensé que estaba enamorada de ella. Físicamente lo tenía todo, recuerdo que pensé cuando la conocí que en efecto las caleñas si eran como las flores. Pero mis adultos dominantes decían que no era una buena compañía, ya saben como es eso, un talento especial que tienen algunos adultos dominantes para determinar quien nos conviene y quien no, generalmente basado en un prejuicio sobre los padres o la familia de los implicados.
Así que Melina se convirtió en lo que yo diría una amante sin sexo, es decir aquella amiga tiniebla confinada a la oscuridad del closet de donde la sacamos cuando nadie nos ve. Luz María era la amiga que podía mostrar a los adultos dominantes, una mujer de aspecto angelical y de piel extremadamente blanca, a quien le temblaba levemente la voz para hablar, quien además era una niña “de su casa” que solo iba de su casa al colegio y del colegio a la casa. Los domingos a Luz María la dejaban salir al estadio, porque ella era hincha del Cali, y yo que no era hincha de ningún equipo siempre salía con ella, solo que a Luz María aunque le gustaba el fútbol, le gustaban más otros sitios a los que nos desviábamos por sugerencia de ella, quien era 18 meses mayor que yo, y quien era la que tenía el dominio económico. Vestidas aún con calcetines y zapatos de charol llegábamos al teatro Oro, quienes conocieron a Cali a finales de los 70 saben de que les hablo, el teatro de cine X que había en la ciudad. Con Luz María vi por primera vez porno en una sala llena de hombres que se movían más de lo que lo hacían los que iban a las salas de cine regular; y vimos la película “furia colegial” no recuerdo cuantas veces.
Con Melina los paseos eran distintos, ella estaba obsesionada con todas las versiones de la bella y la bestia y yo con cien años de soledad, nos sentábamos en la terraza de su casa cuando me podía escapar, a leer, ella me contaba de su versión de turno del famoso cuento y yo le hablaba de la generación de los Buendía que me mantenía y me sigue manteniendo atrapada. A decir verdad lo único que le veía de inusual a Melina era que le gustaban los marihuaneros y los chicos malos, aunque pensaba que ellos también tenían derecho a ser amados por una bella mujer.
La vida nos fue separando a las tres, Luz María se fugó de la casa con un hombre que conoció en la sala del teatro Oro, y sus padres fueron presas de una depresión asombrosa que los hizo viejos prematuramente, supe que al cabo de unos siete años la encontraron en la costa Atlántica con un par de hijos, felizmente casada y su voz ya no le temblaba. Melina se metió en el mundo del modelaje y se fue a vivir con un mafioso que le dio la vida que todos siempre pensaron, sobre todo sus padres, que ella se merecía. El hombre tenía una mansión en ciudad Jardín y un personal a su servicio significativo que hacían todo por ella. Había conseguido por fin su bestia, y tal como algunas versiones del cuento, su fealdad aparentemente sólo era física, después de todo a un hombre con poder económico se le perdona que sea feo, no hay mejor afrodisíaco, embellecedor y limpiador de conciencias que el dinero.
Melina no duró mucho tiempo metida en aquel cuento, su bestia la mandó al exterior cargada de droga sin que ella lo supiera, era una carnada para pasar un cargamento mayor y ella se fue a la cárcel, de donde saldrá cuando tenga sesenta y dos años.
La última vez que la vi fue en el 2008 la visite en la cárcel, seguía hermosa, había empezado a leer otros cuentos y trataba de construirse un pedestal con todas las piedras que le habían sido arrojadas, luego de intercambiarnos quejas y reclamos para la vida y antes de despedirme de ella me dijo:
Esta es la vida que elegimos, a mi me tocó leer la bella y la bestia y a ti cien años de soledad, y de alguna manera nuestras vidas se desarrollan como los cuentos que siempre leímos. Y eso fue revelador.
Así que Melina se convirtió en lo que yo diría una amante sin sexo, es decir aquella amiga tiniebla confinada a la oscuridad del closet de donde la sacamos cuando nadie nos ve. Luz María era la amiga que podía mostrar a los adultos dominantes, una mujer de aspecto angelical y de piel extremadamente blanca, a quien le temblaba levemente la voz para hablar, quien además era una niña “de su casa” que solo iba de su casa al colegio y del colegio a la casa. Los domingos a Luz María la dejaban salir al estadio, porque ella era hincha del Cali, y yo que no era hincha de ningún equipo siempre salía con ella, solo que a Luz María aunque le gustaba el fútbol, le gustaban más otros sitios a los que nos desviábamos por sugerencia de ella, quien era 18 meses mayor que yo, y quien era la que tenía el dominio económico. Vestidas aún con calcetines y zapatos de charol llegábamos al teatro Oro, quienes conocieron a Cali a finales de los 70 saben de que les hablo, el teatro de cine X que había en la ciudad. Con Luz María vi por primera vez porno en una sala llena de hombres que se movían más de lo que lo hacían los que iban a las salas de cine regular; y vimos la película “furia colegial” no recuerdo cuantas veces.
Con Melina los paseos eran distintos, ella estaba obsesionada con todas las versiones de la bella y la bestia y yo con cien años de soledad, nos sentábamos en la terraza de su casa cuando me podía escapar, a leer, ella me contaba de su versión de turno del famoso cuento y yo le hablaba de la generación de los Buendía que me mantenía y me sigue manteniendo atrapada. A decir verdad lo único que le veía de inusual a Melina era que le gustaban los marihuaneros y los chicos malos, aunque pensaba que ellos también tenían derecho a ser amados por una bella mujer.
La vida nos fue separando a las tres, Luz María se fugó de la casa con un hombre que conoció en la sala del teatro Oro, y sus padres fueron presas de una depresión asombrosa que los hizo viejos prematuramente, supe que al cabo de unos siete años la encontraron en la costa Atlántica con un par de hijos, felizmente casada y su voz ya no le temblaba. Melina se metió en el mundo del modelaje y se fue a vivir con un mafioso que le dio la vida que todos siempre pensaron, sobre todo sus padres, que ella se merecía. El hombre tenía una mansión en ciudad Jardín y un personal a su servicio significativo que hacían todo por ella. Había conseguido por fin su bestia, y tal como algunas versiones del cuento, su fealdad aparentemente sólo era física, después de todo a un hombre con poder económico se le perdona que sea feo, no hay mejor afrodisíaco, embellecedor y limpiador de conciencias que el dinero.
Melina no duró mucho tiempo metida en aquel cuento, su bestia la mandó al exterior cargada de droga sin que ella lo supiera, era una carnada para pasar un cargamento mayor y ella se fue a la cárcel, de donde saldrá cuando tenga sesenta y dos años.
La última vez que la vi fue en el 2008 la visite en la cárcel, seguía hermosa, había empezado a leer otros cuentos y trataba de construirse un pedestal con todas las piedras que le habían sido arrojadas, luego de intercambiarnos quejas y reclamos para la vida y antes de despedirme de ella me dijo:
Esta es la vida que elegimos, a mi me tocó leer la bella y la bestia y a ti cien años de soledad, y de alguna manera nuestras vidas se desarrollan como los cuentos que siempre leímos. Y eso fue revelador.
Comentarios
Gracias.
Pececito