LA MUJER DEL PISO VEINTINUEVE.
Ella vive en el piso veintinueve de un edificio con una imponente vista al mar, a sus pies reposan Miami Beach y Star Island. Ya le he advertido a mi esposo que debemos guardar silencio. Por las interacciones previas que he tenido con ella intuyo que presenciaremos uno más de los monólogos suyos. Mi esposo comprobará sin malestar y dejando brillar su alma que yo estoy en lo correcto, y se mantiene muy parco y silencioso, entre otras cosas no hay alternativa, pues cuando uno intenta intervenir en la conversación, ella continúa hablando como si no hubiera escuchado nada y no se toma la molestia de interesarse por lo que uno quiere decir. Llevamos flores para ella, con una tarjeta que yo misma he diseñado de agradecimiento por la invitación. Cuando llegamos la abrazo con mi acostumbrada calidez como una garrapata colgada del cuello del más adorable perro, pero ella no soporta ese contacto y me aparta urgentemente, conservando una sonrisita forzada en su rostro, pese a que me nombra como su amiga.
Lleva puesto un traje juvenil en licra, una suerte de vestido pegado al cuerpo estampado con apliques de metal plateado, que termina más arriba de sus rodillas exhibiendo asas espectaculares piernas perseguidas por los paparazzis con las que camina con una rigidez que asusta y que le da a uno la sensación de que perderá el equilibrio. No lleva joyas costosas excepto un luminoso diamante que debe tener muchos ceros a la derecha y que ella mira despectivamente y dice que es una baratija de un millón de dólares.
Mientras saca las flores de la bolsa la tarjeta rueda hasta quedar cerca de su abdomen, y ella la toma entre su dedo índice y pulgar como si estuviera sucia y la tira en la basura, he de confesar mi desconcierto, pero cuando ella desaparece en su cuarto para traer algo, yo la rescato de la basura y la pongo en un lugar donde aspiro que en algún momento de los próximos treinta días ella la encuentre.
Durante las seis horas que estamos de visita donde ella, nuestra intervención fue de escasos quince minutos entre los dos, mi esposo y yo. Ella no muestra jamás el más mínimo interés en saber acerca de nosotros, fuimos su perfecto público por seis horas en una tarde de sábado. Durante éste tiempo no me deja tomar fotografías por razones de seguridad, o quizá porque teme que las comercialice, sus teléfonos nunca suenan, luce muy solitaria, está furiosa con el mundo entero incluso con su familia de quien tampoco se expresa bien, tiene su mundo dividido entre enemigos y amigos y le concede más energía y tiempo en hablar de sus enemigos que de sus amigos. Al escucharla uno comprende claramente porque está tan sola. Debe ser muy difícil ser amiga de alguien como ella, muy poca gente se siente confortable al lado de alguien con un grado de egocentrismo tan exagerado, alguien que te anula durante la interacción y que no te concede un sólo minuto para opinar respecto a lo que está diciendo. Ella se describe a si misma como una "pobre" mujer que está en la "ruina" pero que no obstante paga dos mil ochocientos dólares por un lujoso apartamento, lo tiene perfectamente amoblado y recibe una pensión mensual de ciento cincuenta mil dólares, no tiene que trabajar para pagar sus cuentas, tiene un escritorio con una poderosa vista al mar, pero ella solo puede ver lo "pobre" financieramente que es, y no puede ver que su verdadera pobreza es otra, que su verdadera pobreza es la que tiene en su espíritu, que esta vacío. En su incapacidad de amar y de perdonar, en su incapacidad de agradecimiento con la vida, en su incapacidad para ser sensible a la gente y buscar en otros rostros historias diferentes a la suya, en su incapacidad para crear lazos fuertes con la gente, para hacer amigos, para enfocar las cosas con una óptica diferente, ésa es su verdadera pobreza. No alcanzo a imaginar en que nivel económico ella se movió antes si ésta vida le parece miseria, y me queda la duda, de si el dinero nos nubla la vista y no nos deja ver otras cosas, de si el dinero es esa muleta sin la cual muchos no consiguen caminar y con la cual muchos se mueven a ciegas por el sendero de su alma.
Todas las cosas en las que ella es pobre son mis grandes riquezas, mis tesoros abundantes, y todas las cosas que ella tiene (dinero, estatus y fama) son las mismas de las que yo carezco ¿será que no podemos tener el paquete completo?
En aquel piso veintinueve quedaron exhibidos ante los ojos de mi esposo y yo, todas nuestras riquezas, esparcidas sobre las de ella.
Al día siguiente mi esposo y yo nos despertamos en nuestro modesto apartamento, estamos invadidos de la presencia de ella, nos reconocemos afortunados de tener todo aquello a lo que ella le teme, es decir nada y tres gatos que destrozan nuestros muebles y que nos reafirman que nos importa un bledo el que dirán (¿?). Nos desayunamos con huevos revueltos con arepa y capuchino que tanto nos gusta, y nos vamos a dar un paseo por la playa. Son las nueve de la mañana y el sol pega en lo alto, el mar goza de una quietud sacra, los transeúntes que pasan a nuestro lado exhiben la belleza de la diversidad, cuerpos perfectos, cuerpos amorfos, cuerpos saludables, cuerpos enfermos, pero todos conjugando el único verbo de la creación: vivir.
En este momento en que mi vida está en movimiento, es importante para mi ésta experiencia, y me pregunto ¿Qué es tenerlo todo? ¿Es tener materialmente todo y vivir con un abismo en el alma? O ¿lo es disfrutar de la certeza de que lo tenemos todo (pese a las apariencias) sin que ninguna persona o circunstancia consiga arrebatarnos dicha certeza?.
Lleva puesto un traje juvenil en licra, una suerte de vestido pegado al cuerpo estampado con apliques de metal plateado, que termina más arriba de sus rodillas exhibiendo asas espectaculares piernas perseguidas por los paparazzis con las que camina con una rigidez que asusta y que le da a uno la sensación de que perderá el equilibrio. No lleva joyas costosas excepto un luminoso diamante que debe tener muchos ceros a la derecha y que ella mira despectivamente y dice que es una baratija de un millón de dólares.
Mientras saca las flores de la bolsa la tarjeta rueda hasta quedar cerca de su abdomen, y ella la toma entre su dedo índice y pulgar como si estuviera sucia y la tira en la basura, he de confesar mi desconcierto, pero cuando ella desaparece en su cuarto para traer algo, yo la rescato de la basura y la pongo en un lugar donde aspiro que en algún momento de los próximos treinta días ella la encuentre.
Durante las seis horas que estamos de visita donde ella, nuestra intervención fue de escasos quince minutos entre los dos, mi esposo y yo. Ella no muestra jamás el más mínimo interés en saber acerca de nosotros, fuimos su perfecto público por seis horas en una tarde de sábado. Durante éste tiempo no me deja tomar fotografías por razones de seguridad, o quizá porque teme que las comercialice, sus teléfonos nunca suenan, luce muy solitaria, está furiosa con el mundo entero incluso con su familia de quien tampoco se expresa bien, tiene su mundo dividido entre enemigos y amigos y le concede más energía y tiempo en hablar de sus enemigos que de sus amigos. Al escucharla uno comprende claramente porque está tan sola. Debe ser muy difícil ser amiga de alguien como ella, muy poca gente se siente confortable al lado de alguien con un grado de egocentrismo tan exagerado, alguien que te anula durante la interacción y que no te concede un sólo minuto para opinar respecto a lo que está diciendo. Ella se describe a si misma como una "pobre" mujer que está en la "ruina" pero que no obstante paga dos mil ochocientos dólares por un lujoso apartamento, lo tiene perfectamente amoblado y recibe una pensión mensual de ciento cincuenta mil dólares, no tiene que trabajar para pagar sus cuentas, tiene un escritorio con una poderosa vista al mar, pero ella solo puede ver lo "pobre" financieramente que es, y no puede ver que su verdadera pobreza es otra, que su verdadera pobreza es la que tiene en su espíritu, que esta vacío. En su incapacidad de amar y de perdonar, en su incapacidad de agradecimiento con la vida, en su incapacidad para ser sensible a la gente y buscar en otros rostros historias diferentes a la suya, en su incapacidad para crear lazos fuertes con la gente, para hacer amigos, para enfocar las cosas con una óptica diferente, ésa es su verdadera pobreza. No alcanzo a imaginar en que nivel económico ella se movió antes si ésta vida le parece miseria, y me queda la duda, de si el dinero nos nubla la vista y no nos deja ver otras cosas, de si el dinero es esa muleta sin la cual muchos no consiguen caminar y con la cual muchos se mueven a ciegas por el sendero de su alma.
Todas las cosas en las que ella es pobre son mis grandes riquezas, mis tesoros abundantes, y todas las cosas que ella tiene (dinero, estatus y fama) son las mismas de las que yo carezco ¿será que no podemos tener el paquete completo?
En aquel piso veintinueve quedaron exhibidos ante los ojos de mi esposo y yo, todas nuestras riquezas, esparcidas sobre las de ella.
Al día siguiente mi esposo y yo nos despertamos en nuestro modesto apartamento, estamos invadidos de la presencia de ella, nos reconocemos afortunados de tener todo aquello a lo que ella le teme, es decir nada y tres gatos que destrozan nuestros muebles y que nos reafirman que nos importa un bledo el que dirán (¿?). Nos desayunamos con huevos revueltos con arepa y capuchino que tanto nos gusta, y nos vamos a dar un paseo por la playa. Son las nueve de la mañana y el sol pega en lo alto, el mar goza de una quietud sacra, los transeúntes que pasan a nuestro lado exhiben la belleza de la diversidad, cuerpos perfectos, cuerpos amorfos, cuerpos saludables, cuerpos enfermos, pero todos conjugando el único verbo de la creación: vivir.
En este momento en que mi vida está en movimiento, es importante para mi ésta experiencia, y me pregunto ¿Qué es tenerlo todo? ¿Es tener materialmente todo y vivir con un abismo en el alma? O ¿lo es disfrutar de la certeza de que lo tenemos todo (pese a las apariencias) sin que ninguna persona o circunstancia consiga arrebatarnos dicha certeza?.
Comentarios
Y es eso lo que nos impulsa a seguir creciendo
Abrazos, Mirta
Felipe A LOra