EL SEÑOR YO.
Hice mi mejor esfuerzo para comunicarme con él, pero sin importar que tanto tiempo, creatividad y energía derrochara construyendo frases que lo incluyeran, y que también hiciera posible que se interesara un poco en mí, no había forma, cada nueva frase que él empezaba anulaba la que yo había dicho y la empezaba con las palabras yo, mi, me y mis. La comunicación estaba intervenida por éstos pronombres que sólo hablaban de él, de sus cosas, de sus gustos, de sus ocupaciones, de sus intereses, de su mundo, mientras el mío lucía sospechosamente invisible ante sus ojos, y lo que era peor no aparecía por ningún lado un leve interés en que mi mundo se hiciera visible para él. Así que desistí y me entregué a escuchar su monólogo mientras observaba su lenguaje corporal; y dejé de hablar. Me dediqué a soltar monosílabos que le recordaran que tenía público, aunque sospecho que de igual forma no eran necesarios los monosílabos, sospecho también que me habría podido marchar y él habría seguido hablando solo, porque a lo mejor y está acostumbrado a hablar en su soledad.
Es triste que éste panorama es demasiado común: el interlocutor que anula nuestra participación en una conversación y se dedica a hablar acerca de si mismo, demostrando un desinterés absoluto por uno. Lo llaman el mal de la actualidad y algunos aseguran que es el motivo por el que mucha gente está acudiendo a las redes sociales, para tratar de encontrar quién de verdad los escuche y esté dispuesto a prestarles un poco de atención, sólo que en las redes sociales pasa lo mismo, la comunicación por el chat con frecuencia se enfrasca en el tema del otro y uno se queda sin mucho que decir. Yo diría que es el mal del momento, porque la gente se siente sola, incluso cuando no lo están.
Y es que escuchar es todo un arte, algunas personas están tan habituadas a no ser escuchadas que no se percatan cuando lo están, por eso ponen una barrera de protección en la cual se encierran y deciden hablar sin mirar siquiera a su interlocutor por temor a comprobar que no están siendo escuchados, la mayoría de las veces los malos escuchas ni siquiera son conscientes de que lo son, si encuentras la manera de que guarden silencio unos treinta segundos para decírselos, es posible que no te escuchen y si lo hacen lo negarán.
Siempre que me encuentro con un personaje que disfruta de los monólogos recuerdo a una amiga mía que es actriz en Colombia, cuando salíamos a grabar exteriores ella solía decirme que la gente solía soltar ráfagas de preguntas pero no estaban en absoluto interesados en escuchar las respuestas, para ello sometíamos a las personas a pruebas que todas pasaban exitosamente. Particularmente recuerdo que una mujer, que era la directora de una escuela donde estábamos grabando unas escenas, se nos acercó emocionada de ver una actriz frente a ella, y le preguntó a mi amiga cuando emitirían el capítulo que estaban grabando y ella le respondió “ayer” y la mujer le preguntó ¿y a que horas?.
En otra ocasión una mujer trataba de identificar a mi amiga, pero no recordaba su nombre; y le decía con insistencia: “usted es...esta...como se llama....espere...esta...” y mi amiga la interrumpió y le dijo “la potra zaina” y la mujer le dijo: “siiiiii, nunca me la pierdo!” cabe decir que ni estaban ya emitiendo ésa novela, ni mi amiga era Aura Cristina Geithner la protagonista de ésa novela.
Pero de todo ésto lo que me parece más curioso es como nos victimizamos cuando alguien nos miente y se comporta de una manera fraudulenta con nosotros y esgrimimos toda clase de argumentos contra la otra persona, pasando desapercibida nuestra responsabilidad en el hecho de ser engañados. Si escucháramos atentamente usando todos nuestros sentidos, y si escucháramos también con los ojos, observando cuidadosamente la expresión corporal de nuestros interlocutor, sabríamos a tiempo muchas cosas de las personas con quienes nos relacionamos, y evitariamos así ser engañados, manipulados o defraudados.
En las relaciones de pareja sobre todo siempre me llama la atención la manera como escuchamos al otro, desde nuestra necesidad, desde el hambre afectiva, las dos características que más resalten en el personaje maquillan las alertas que nos pueda estar emitiendo en la manera como se comunica, porque dejamos de escuchar y observar por estar preparando mentalmente nuestro discurso para deslumbrarlo a la vez. Perdemos objetividad cuando alguien nos atrae, perdemos de vista al verdadero ser humano que hay detrás de la fachada que nos construimos a nosotros mismos para capturar la presa.
Escuchar es un privilegio que se le es arrebatado a quienes viven la vida de prisa, a quienes no descansan en el momento presente porque estan planificando el futuro y a quienes no logran comunicarse auténticamente porque no consiguen silenciar su monólogo interno, son los mismos que sueltan mas información de la pedida, y los que se lamentan de que que los demás no hablan, pero nunca se les ocurre pensar que no hablan porque ellos no les ceden espacio para hacerlo.
Es triste que éste panorama es demasiado común: el interlocutor que anula nuestra participación en una conversación y se dedica a hablar acerca de si mismo, demostrando un desinterés absoluto por uno. Lo llaman el mal de la actualidad y algunos aseguran que es el motivo por el que mucha gente está acudiendo a las redes sociales, para tratar de encontrar quién de verdad los escuche y esté dispuesto a prestarles un poco de atención, sólo que en las redes sociales pasa lo mismo, la comunicación por el chat con frecuencia se enfrasca en el tema del otro y uno se queda sin mucho que decir. Yo diría que es el mal del momento, porque la gente se siente sola, incluso cuando no lo están.
Y es que escuchar es todo un arte, algunas personas están tan habituadas a no ser escuchadas que no se percatan cuando lo están, por eso ponen una barrera de protección en la cual se encierran y deciden hablar sin mirar siquiera a su interlocutor por temor a comprobar que no están siendo escuchados, la mayoría de las veces los malos escuchas ni siquiera son conscientes de que lo son, si encuentras la manera de que guarden silencio unos treinta segundos para decírselos, es posible que no te escuchen y si lo hacen lo negarán.
Siempre que me encuentro con un personaje que disfruta de los monólogos recuerdo a una amiga mía que es actriz en Colombia, cuando salíamos a grabar exteriores ella solía decirme que la gente solía soltar ráfagas de preguntas pero no estaban en absoluto interesados en escuchar las respuestas, para ello sometíamos a las personas a pruebas que todas pasaban exitosamente. Particularmente recuerdo que una mujer, que era la directora de una escuela donde estábamos grabando unas escenas, se nos acercó emocionada de ver una actriz frente a ella, y le preguntó a mi amiga cuando emitirían el capítulo que estaban grabando y ella le respondió “ayer” y la mujer le preguntó ¿y a que horas?.
En otra ocasión una mujer trataba de identificar a mi amiga, pero no recordaba su nombre; y le decía con insistencia: “usted es...esta...como se llama....espere...esta...” y mi amiga la interrumpió y le dijo “la potra zaina” y la mujer le dijo: “siiiiii, nunca me la pierdo!” cabe decir que ni estaban ya emitiendo ésa novela, ni mi amiga era Aura Cristina Geithner la protagonista de ésa novela.
Pero de todo ésto lo que me parece más curioso es como nos victimizamos cuando alguien nos miente y se comporta de una manera fraudulenta con nosotros y esgrimimos toda clase de argumentos contra la otra persona, pasando desapercibida nuestra responsabilidad en el hecho de ser engañados. Si escucháramos atentamente usando todos nuestros sentidos, y si escucháramos también con los ojos, observando cuidadosamente la expresión corporal de nuestros interlocutor, sabríamos a tiempo muchas cosas de las personas con quienes nos relacionamos, y evitariamos así ser engañados, manipulados o defraudados.
En las relaciones de pareja sobre todo siempre me llama la atención la manera como escuchamos al otro, desde nuestra necesidad, desde el hambre afectiva, las dos características que más resalten en el personaje maquillan las alertas que nos pueda estar emitiendo en la manera como se comunica, porque dejamos de escuchar y observar por estar preparando mentalmente nuestro discurso para deslumbrarlo a la vez. Perdemos objetividad cuando alguien nos atrae, perdemos de vista al verdadero ser humano que hay detrás de la fachada que nos construimos a nosotros mismos para capturar la presa.
Escuchar es un privilegio que se le es arrebatado a quienes viven la vida de prisa, a quienes no descansan en el momento presente porque estan planificando el futuro y a quienes no logran comunicarse auténticamente porque no consiguen silenciar su monólogo interno, son los mismos que sueltan mas información de la pedida, y los que se lamentan de que que los demás no hablan, pero nunca se les ocurre pensar que no hablan porque ellos no les ceden espacio para hacerlo.
Comentarios