¡HABLEMOS A SOSTÉN QUITAO!
Me fascina la playa nudista, irónicamente en ella puedo conversar con un desconocido mientras me mira a los ojos, en las demás playas la mirada de mi interlocutor se torna inquieta como buscando lo que está oculto bajo el traje de baño. Creo que en ninguna parte somos más auténticos y sinceros que en una playa nudista, allí no hay opción ni hay maquillaje que pueda remendar la realidad de nuestra apariencia física, por eso es tan normal ver una prótesis de pierna clavada en la orilla del mar mientras su propietario está inmerso dándose un refrescante baño, es una visión artística en la que no cabe juicio posible. También es un escenario en donde uno valora la diversidad y donde podemos ver detrás de las fachadas que nos impone la ropa.
Ésta es una de las cosas maravillosas que ofrece este país: un respeto absoluto por la apariencia física de la gente, como también lo es la opción de caminar por sus enormes playas con los senos al desnudo. Cada que visito la playa nudista o decido caminar con mis senos al aire, recuerdo cuando siendo una niña fui adiestrada para no ver mis genitales ni mi cuerpo desnudo en el espejo, con mayor razón debía evitar ver a otras personas desnudas. Ésto solo dejó en mi una profunda curiosidad que sólo con el tiempo he logrado saciar. Las razones por las que el cuerpo al desnudo no podía verse, era por no caer en pecado y por pudor, con lo cual ahora comprendo que el pudor es programado a través de la educación que recibimos; y que el pecado tiene una interpretación personal por más que se nos imponga en paquetes de creencias.Lo que más nos libera de la necesidad de ser aprobados por otros es la capacidad de estar desnudos frente a uno mismo y frente a otros. Crecemos vinculando la desnudez con el sexo, y eso nos trae demasiados conflictos no sólo con nuestro propio cuerpo, sino con el de los demás. Algunas veces nos iniciamos en el sexo sin gozar de una buena aceptación del propio cuerpo, con los cual reducimos las probabilidades de disfrutar plenamente de la actividad sexual, hay quienes se quejan de que su mala relación con el cuerpo les ha generado tanta culpabilidad al extremo de socavar su vida sexual.
Algunas mujeres al igual que yo gustan de caminar por la playa con los senos al desnudo, y todas las que lo hacemos tenemos algo en común: estamos felices con los senos que nos tocó en suerte, no hay lugar para comparar cual tiene mayor talla, cual los tiene más firmes, cual es la que se adapta al modelo de perfección que la colectividad impone. Ninguna busca un lugar donde esconderse cuando aparece una más voluptuosa, para cada una de nosotras, nuestros senos son un patrimonio maravilloso con el que fuimos dotadas al nacer, el icono por excelencia de la femineidad, por ello nos gusta vivir la libertad que implica ésta clase de destape en donde podemos disfrutar del sol, del viento y donde no hay lugar para el temor a la desaprobación de los demás, esa es otra forma de afirmar nuestra propia aprobación, la única que debe bastarnos.
Nos toma muchos años de trabajo personal establecer ésta relación con el cuerpo, apropiarnos de él, amarlo, aceptarlo como es, y sobre todo disfrutarlo nosotras mismas, porque en nuestra educación es como si estuviera tácitamente escrito en los pliegues de nuestra piel que el cuerpo femenino debe estar al servicio del disfrute del macho, no parece haber libertad para el goce personal del mismo. Desbaratar los esquemas sociales que dictan cual es el cuerpo digno de ser exhibido no es un trabajo fácil, con dificultad exhibimos el cuerpo forrado en un sugestivo traje, y aun así a veces renunciamos al traje porque no recolectamos suficiente cantidad de elogios al respecto.
Mientras medito en este asunto quedan dos interrogantes en mi cabeza, ¿somos una sociedad antinudista por asuntos morales? ¿O somos una sociedad antinudista por miedo a mostrarnos tal y como somos? lo cual nos convertiría en una una sociedad nada sincera. Una cosa si es cierta, cuando uno descifra sus propios laberintos morales acerca de la desnudez en público, lo siguiente que queda es enfrentar la capacidad de sinceridad que poseemos, puedo asegurar que es más complejo el segundo proceso que el primero.
Pero si definitivamente las creencias religiosas y los principios morales vencen y no nos permiten quitarnos la ropa, no es bueno hacerlo, obligarse a si mismo a ir en contra de una creencia rígidamente arraigada es tan violento como estar supeditado a la aprobación social para sentirse feliz con uno mismo.
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