LOS CONSEJEROS.

Después de mi primer divorcio y durante los años que decidí mantenerme soltera, con frecuencia me encontraba con personas que me preguntaban cuando pensaba “organizarme de nuevo". Y nunca he sabido de donde procede esa creencia de que las personas solo están organizadas si están en pareja, alguna vez pensé que era una posición machista esa creencia de que las mujeres sólo estamos organizadas cuando tenemos un hombre al lado, pero después comprendí que es una creencia heredada de la que poco nos detenemos a replantear su validez.

Recuerdo que desde muy joven habían ciertas frases cliché que me producían risa, y que cuestionaba pese a que todos las seguían repitiendo por la fuerza de la costumbre. "Salir adelante" "hacer bien las cosas" "organizarse" y " convertirse en alguien” fueron las frases que me hacían entrar en reflexión sobre todo por el contexto en que se movían.

La oportunidad de enmendar creencias, modificarlas, o cuestionarlas es un espacio que se nos negaba, entre otras cosas habían tantos modelos acerca de cómo "hacer bien las cosas", "salir adelante", "organizarse" y "convertirse en alguien" que los consejeros abundaban siempre ofreciendo sus mejores técnicas acerca de cómo lograrlo. A veces hasta se ponían de ejemplo "míreme a mí, si yo hubiera seguido los consejos de mis padres, no sería el fracasado que soy" y uno veía que el personaje era inteligente, que se expresaba bien, disfrutaba del amor de mucha gente y tenía una sonrisa a flor de labios todo el tiempo, pero se había creído el cuento de que era un "fracasado". También estaban los otros ejemplos "míreme a mí, que seguí todos los consejos y ahora soy una persona organizada, que supe hacer bien las cosas y por lo tanto me convertí en alguien y pude salir adelante" y el personaje vivía enfermo, lucía marchito, tenía mal humor, y su calidad de vida no era para nada envidiable.



Todo esto vino a mi memoria, porque hace poco estuve presente en una conversación entre dos amigas, la una daba consejos a la otra, consejos que no eran aceptados por la destinataria, y que rebatía con una destreza envidiable, defendiendo su identidad con unos dientes de asertividad que me producían envidia. La consejera se fue alterando en la medida en que sus consejos no eran recibidos, su tono de voz aumentaba y su tensión alcanzó el punto máximo. Me sorprendí de repente con sudoración en mis manos, con el ritmo cardiaco acelerado y con los pies helados, aun cuando no había pronunciado una sola palabra y mi posición era la de una silenciosa observadora, mi sistema nervioso se alteró visiblemente. Pronto estaban enlazadas en una discusión que apuntaba a terminar en una fuerte pelea, y aunque yo seguía en silencio, estaba siendo contagiada de la energía de discordia que se estaba produciendo entre las dos. Las cuatro frases cliché desfilaron durante la discusión y fue en ése momento en donde le pedí a la consejera que bajara el tono de la voz.

Me di cuenta que cuando nos molestamos y subimos la voz para que alguien reciba nuestro consejo, ya no está operando en nosotros el buen samaritano sino nuestra imperiosa necesidad de tener la razón, ya no se trata de ayudar al otro sino de que el otro me ayude validándome como alguien importante aceptando que sé más que él y que por lo tanto estoy en posición de otorgar un consejo.

Siempre he pensando que los consejos no son buenos porque están impregnados de nuestro sistema de creencias que a veces no está muy fresco ni actualizado, así mismo está tinturado por la manera como percibimos el mundo, que difiere de la percepcion del receptor del consejo. Por eso pienso que los consejos se deben otorgar sólo sin son pedidos, y en cuyo caso se entregan una vez y sin poner en ellos la expectativa de que el receptor los siga al pie de la letra. Un consejo es como un regalo, no puedes forzar al otro a que lo reciba, simplemente lo entregas, y el otro es libre de hacer el uso que quiera de él.

Me gusta escuchar más que aconsejar, cuando escuchamos a alguien que tiene un problema del cual ni siquiera nosotros sabemos la solución, somos espejo donde el otro puede proyectarse a si mismo. El espejo le muestra la solución que será encontrada por el mismo a través nuestro y no entregada por nosotros como la única e impostergable verdad.

Pero toda esta reflexión me deja siempre con la pregunta que a menudo me hace mi hija ¿Qué es hacer bien las cosas y como se logra? Siempre le respondo lo mismo, que todo el tiempo estamos haciendo bien las cosas porque incluso cuando nos estamos equivocando estamos aprendiendo, que nunca somos lo suficientemente viejos para seguir aprendiendo, y que la mejor manera de hacer las cosas es leer la letra menuda que todos tenemos incluida en nuestro contrato de vida que dice que no somos culpables de nada, sino responsables, que la inocencia es nuestra esencia y que nuestra conducta es nuestro sirviente, solo es cuestión de estar atentos para no hacernos sirvientes de ella.

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