¿Y SI ME PASA ALGO MALO?
Estoy considerando ayunar de teléfono, no se todavía por cuánto tiempo, es sólo un experimento. Y es que estuve analizando la funcionalidad de mi teléfono en particular y me encontré con que es un aparato que está subutilizado en mi vida, adorna mi cartera, y su número escrito en mis tarjetas de presentación le anuncian a la gente que tengo un número que nunca marcan. Cuando suena casi nunca lo respondo, por lo que los mensajes que me dejan siempre empiezan así: “para que tienes teléfono si no lo contestas” ésa fue la primera voz de alerta que recibí respecto a la poca utilidad que tiene éste aparato en mi vida. La verdad es que la gente que me conoce bien sabe que lo mío es la comunicación escrita, que las cartas, los emails y los mensajes por cualquier servicio mensajero en internet reemplazaron en mi vida al telegrama y que a ellos respondo con mayor rapidez que a una llamada. Como mi negocio no depende del teléfono sino del email, pues sumele un punto más.
Ésta idea me viene rondando desde una de mis visitas a Colombia, donde no tengo teléfono celular porque soy una visitante. Una vez tenía muchos deseos de reunirme con un amigo que hacía mucho no veía, me llamó al fijo de mi madre y nos pusimos una cita, cabe anotar que él tampoco tenía celular, como soy fanática de la puntualidad estuve quince minutos antes de la cita, cuando habían pasado veinte minutos después de la hora convenida, me empecé a desesperar porque no tenía celular para llamarlo y preguntarle si debía darle más espera, tampoco tenía la opción de comprar minutos porque él no tenía a donde llamarlo, así que me marché del sitio de la cita sin saber lo que había pasado. Pero aquella vez me sentí frustrada con la manera como operan las comunicaciones en Colombia, y decidí culpar al sistema por sus altos costos, lo que no hace posible que todo el mundo tenga celular o mejor dicho minutos, estaba realmente molesta. Cuando tres horas más tarde mi amigo se presentó en la casa de mi madre disculpándose porque no había podido llegar a tiempo, y supe que no había pasado nada grave sino simplemente que su prioridad no era su cita conmigo sino que tenía otras prioridades por encima de reunirse conmigo, comprendí que no había tenido sentido mi enojo y que tener o tener teléfono a la mano no había cambiado el hecho de que mi amigo no llegara a tiempo a la cita. Ésa vez recordé como era mi vida antes de los celulares, mas aún antes de que en mi casa tuviéramos teléfono fijo, y creanme que fue cuando yo ya era mayor y no obstante sobreviviamos, y todo funcionaba relativamente normal.
Hablé hace poco con una amiga, que me decía que quería también probar una forma de vida más simple, prescindir de algunas cosas como la televisión y el teléfono celular, y mientras analizábamos la situación, ella se tropezó con muchos miedos ¿Y que tal que me pasara algo malo en la carretera cómo pediría ayuda? Hice mi balance y me di cuenta que en nueve años sólo he tenido un percance en carretera para el que necesité usar el teléfono. Lo cual me hizo pensar en los planes de prepago de la grua y de los seguros que lo protegen a uno “en caso de...” y comprendí que cuando uno usa uno de éstos servicios realmente ha pagado hasta dos veces lo que vale el servicio que le están otorgando. Con mi amiga llegamos a la conclusión que el miedo nos obliga a hacer inversiones inútiles, pero sobre todo lo que más tenemos es una desconfianza con la vida, una cierta suspicacia enfermiza, que nos dice que nuestras necesidades nunca estarán satisfechas sino hemos pagado por adelantado por ellas.
Leyendo un libro en estos días, decía que ésta etapa de la vida que vivimos es la “era de la soledad” que nunca antes en la historia han habido tantas personas viviendo solas, nunca antes las familias han vivido geográficamente tan dispersas o han sido tan pequeñas. Éso es porque tenemos miedo de compartir desde nuestro espacio hasta lo que tenemos, o de entrar en deuda de gratitud si aceptamos lo que los demás tienen para ofrecernos. Cuando he invitado amigas a vivir en mi casa mientras inician un modo de vida mas simple, me doy cuenta que lo único que les impide aceptar es el temor a dejar de tener lo que tienen ahora y que de igual forma no tenían antes, y sin lo que vivieron mucho tiempo, pero más que ése temor es la desesperanza que tienen de que nunca más podrán tener lo que consiguieron. El miedo al futuro no nos permite soltar lo que tenemos, ni nos permite probar nuevas formas de supervivencia que podrían ser más funcionales, más económicas y sobre todo que contribuirían sustancialmente a mejorar nuestra calidad de vida. A menores gastos, menos tiempo invertido en trabajar y por lo tanto más tiempo para disfrutar de la vida, de la gente que amamos y de lo que realmente nos gusta hacer.
Ésta idea me viene rondando desde una de mis visitas a Colombia, donde no tengo teléfono celular porque soy una visitante. Una vez tenía muchos deseos de reunirme con un amigo que hacía mucho no veía, me llamó al fijo de mi madre y nos pusimos una cita, cabe anotar que él tampoco tenía celular, como soy fanática de la puntualidad estuve quince minutos antes de la cita, cuando habían pasado veinte minutos después de la hora convenida, me empecé a desesperar porque no tenía celular para llamarlo y preguntarle si debía darle más espera, tampoco tenía la opción de comprar minutos porque él no tenía a donde llamarlo, así que me marché del sitio de la cita sin saber lo que había pasado. Pero aquella vez me sentí frustrada con la manera como operan las comunicaciones en Colombia, y decidí culpar al sistema por sus altos costos, lo que no hace posible que todo el mundo tenga celular o mejor dicho minutos, estaba realmente molesta. Cuando tres horas más tarde mi amigo se presentó en la casa de mi madre disculpándose porque no había podido llegar a tiempo, y supe que no había pasado nada grave sino simplemente que su prioridad no era su cita conmigo sino que tenía otras prioridades por encima de reunirse conmigo, comprendí que no había tenido sentido mi enojo y que tener o tener teléfono a la mano no había cambiado el hecho de que mi amigo no llegara a tiempo a la cita. Ésa vez recordé como era mi vida antes de los celulares, mas aún antes de que en mi casa tuviéramos teléfono fijo, y creanme que fue cuando yo ya era mayor y no obstante sobreviviamos, y todo funcionaba relativamente normal.
Hablé hace poco con una amiga, que me decía que quería también probar una forma de vida más simple, prescindir de algunas cosas como la televisión y el teléfono celular, y mientras analizábamos la situación, ella se tropezó con muchos miedos ¿Y que tal que me pasara algo malo en la carretera cómo pediría ayuda? Hice mi balance y me di cuenta que en nueve años sólo he tenido un percance en carretera para el que necesité usar el teléfono. Lo cual me hizo pensar en los planes de prepago de la grua y de los seguros que lo protegen a uno “en caso de...” y comprendí que cuando uno usa uno de éstos servicios realmente ha pagado hasta dos veces lo que vale el servicio que le están otorgando. Con mi amiga llegamos a la conclusión que el miedo nos obliga a hacer inversiones inútiles, pero sobre todo lo que más tenemos es una desconfianza con la vida, una cierta suspicacia enfermiza, que nos dice que nuestras necesidades nunca estarán satisfechas sino hemos pagado por adelantado por ellas.
Leyendo un libro en estos días, decía que ésta etapa de la vida que vivimos es la “era de la soledad” que nunca antes en la historia han habido tantas personas viviendo solas, nunca antes las familias han vivido geográficamente tan dispersas o han sido tan pequeñas. Éso es porque tenemos miedo de compartir desde nuestro espacio hasta lo que tenemos, o de entrar en deuda de gratitud si aceptamos lo que los demás tienen para ofrecernos. Cuando he invitado amigas a vivir en mi casa mientras inician un modo de vida mas simple, me doy cuenta que lo único que les impide aceptar es el temor a dejar de tener lo que tienen ahora y que de igual forma no tenían antes, y sin lo que vivieron mucho tiempo, pero más que ése temor es la desesperanza que tienen de que nunca más podrán tener lo que consiguieron. El miedo al futuro no nos permite soltar lo que tenemos, ni nos permite probar nuevas formas de supervivencia que podrían ser más funcionales, más económicas y sobre todo que contribuirían sustancialmente a mejorar nuestra calidad de vida. A menores gastos, menos tiempo invertido en trabajar y por lo tanto más tiempo para disfrutar de la vida, de la gente que amamos y de lo que realmente nos gusta hacer.
Comentarios
Me identifique contigo en cuanto a que para mi el Cell es un artefacto que me da comodidad cuando lo necesito, pero la compu me ha vuelto impersonal y no uso el Tlf en la mayoría de las veces. Entonces lo uso, pero el no me usa o sea no me esclavizo.
Con esto de la tecnología las nuevas generaciones nos vienen educando a nosotros, no nosotros a ellos. es una manera de vida que el que no se monta en el tren se queda, porque los demás no esperaran. Conozco gente que odia los cajeros automáticos y se rehúsan a usarlos desde los 80' y aun así, los cajeros no desaparecen, al tiempo desaparecen son esas personas.
Luz una vez mas disfrute tu blog como un postre después de comer.