EL GRAN CUADRO
Durante mi primer divorcio, me enamoré perdidamente de un hombre, sabía que no era buen negocio meterse en otra relación saliendo de una, pero mi naturaleza pisciana enamoradiza venció a mi otra naturaleza racional. El hombre era menor que yo, pero tenía una madurez increíble, bueno al menos lo que yo creí que era madurez dadas las bastas condiciones analíticas que tiene una mujer enamorada dirigida por una química sexual arrolladora.
El vivía en una ciudad lejos de la mía, y cada uno estaba bien establecido en su respectiva ciudad, lo cual le daba ese ingrediente extra de imposible que condimenta una pasión desbordante.
La correspondencia que para entonces era gracias al señor del correo adpostal en Colombia, porque aun no teníamos el email, intensificó la pasión con la carencia, valga decir otro ingrediente extra del enamoramiento, pues entre carta y carta pasaba tranquilamente una semana y a veces hasta más tiempo.
Mientras más me decía mi razón que la relación estaba destinada al fracaso, mas crecía mi enamoramiento absurdo por éste hombre, y es que no hay nada peor para embellecer a un postor a pareja que la necesidad, y si algo tenía yo en aquel entonces era necesidad, mejor dicho física hambre sexual. Y si aún ahora en estos tiempos, seguimos mimetizando el hambre sexual con amor, nada más imagínense lo que era en aquellos tiempos cuando aún la sociedad nos miraba mal por divorciarnos, los hombres nos veían como blanco perfecto para desbocar sus pasiones y la creencia de que otro hombre no se casaría con nosotras de nuevo por tener hijos, era tan fuerte que se convertía en certeza.
La verdad el hombre no tuvo que hacer mucho esfuerzo mas que mover algunas fichas intelectuales aquí y allá antes de que yo estuviera perdidamente enamorada de él. Así cuando me anunció visitarme en la ciudad donde yo vivía, el paraíso abrió sus puertas imaginarias para mi, y pensé que quería formalizar nuestra relación, por lo que lo esperé con mucho más que las puertas de mi casa abiertas de par en par. De eso habrían pasado escasos cuatro meses, que a mi me parecían unos cuantos años de espera dada la prisa que tenía por consumar mi unión con el nuevo hombre de mis sueños.
Mi príncipe disfrutó intensamente de mis atenciones y mi hospitalidad, disfrutó la ciudad que para entonces él no conocía, conquistó el amor de mi hija, y trató de conquistar el reacio corazón de mi madre, sin mucho éxito por cierto (esa intuición materna) y la noche antes de su partida de regreso a su ciudad me anunció una conversación que debíamos tener y que para mí no podía ser otra que la petición de mano.
Fue sincero, eso no lo puedo negar, tardíamente sincero eso si, lo que dijo con muy pocas palabras (Los hombres lacónicos incrementan mi líbido) fue que no estaba enamorado de mí, que jamás lo había estado, y que si había jugado todo aquel juego a mi lado, era porque cuando me conoció lo desconcertó que luciera como una mujer tan echada pa’ lante como dicen los colombianos, tan endemoniadamente inteligente y sobre todo tan segura de mi misma, que no pudo resistirse a la tentación de disfrutar de la vulnerabilidad de una mujer que parecía de hierro, al ser consumida por su fuego.
Tomo su maleta y salió de mi casa en medio de la noche con la frialdad que le he visto a pocos seres humanos en la vida y desapareció temporalmente de mi vista.
Por supuesto que me dolió todo aquello, y fue difícil borrar sus dos imágenes de mi memoria. Entre otras cosas su desplante lo hacía mas atractivo y contribuía al alimento de una posible obsesión, de no haber sido porque me había leído un libro que tuvo mucho que ver con mi divorcio que se llama "las mujeres que aman demasiado", y empecé a armar el rompecabezas de mi patrón de relación y de la fidelidad con que lo estaba siguiendo.
Siempre que reviso mis relaciones del pasado, las veo a cada una como un escalón que me ha permitido subir a la cima de mi misma, en su momento no puedo ver el gran cuadro, porque soy parte de los colores pensando que ya soy el cuadro, pero reconozco en cada una de mis relaciones del pasado un pincel, un color o un lienzo sobre el cual he ido pintando este cuadro llamado vida. Cada uno en su momento ha sacado a la luz lo mejor y lo peor de mí, cada uno tiene su trozo de vida en este gran cuadro, por eso no los puedo odiar, ni guardarlos con resentimiento ¿como hacerlo? Si sólo han sido contribuyentes, que hicieron su aporte con mi consentimiento.
Estoy segura que muchos de ellos están leyendo este artículo, que está siendo escrito para agradecerles, el amor tan inmenso que le han tenido a mi alma para comprometerse a cumplir con su papel desde el amor maquillado de aparente desatino, pero al fin y al cabo desde ese amor que sólo puede ser visto por fuera de nuestra imperiosa necesidad de saciar nuestras egoístas demandas.
El vivía en una ciudad lejos de la mía, y cada uno estaba bien establecido en su respectiva ciudad, lo cual le daba ese ingrediente extra de imposible que condimenta una pasión desbordante.
La correspondencia que para entonces era gracias al señor del correo adpostal en Colombia, porque aun no teníamos el email, intensificó la pasión con la carencia, valga decir otro ingrediente extra del enamoramiento, pues entre carta y carta pasaba tranquilamente una semana y a veces hasta más tiempo.
Mientras más me decía mi razón que la relación estaba destinada al fracaso, mas crecía mi enamoramiento absurdo por éste hombre, y es que no hay nada peor para embellecer a un postor a pareja que la necesidad, y si algo tenía yo en aquel entonces era necesidad, mejor dicho física hambre sexual. Y si aún ahora en estos tiempos, seguimos mimetizando el hambre sexual con amor, nada más imagínense lo que era en aquellos tiempos cuando aún la sociedad nos miraba mal por divorciarnos, los hombres nos veían como blanco perfecto para desbocar sus pasiones y la creencia de que otro hombre no se casaría con nosotras de nuevo por tener hijos, era tan fuerte que se convertía en certeza.
La verdad el hombre no tuvo que hacer mucho esfuerzo mas que mover algunas fichas intelectuales aquí y allá antes de que yo estuviera perdidamente enamorada de él. Así cuando me anunció visitarme en la ciudad donde yo vivía, el paraíso abrió sus puertas imaginarias para mi, y pensé que quería formalizar nuestra relación, por lo que lo esperé con mucho más que las puertas de mi casa abiertas de par en par. De eso habrían pasado escasos cuatro meses, que a mi me parecían unos cuantos años de espera dada la prisa que tenía por consumar mi unión con el nuevo hombre de mis sueños.
Mi príncipe disfrutó intensamente de mis atenciones y mi hospitalidad, disfrutó la ciudad que para entonces él no conocía, conquistó el amor de mi hija, y trató de conquistar el reacio corazón de mi madre, sin mucho éxito por cierto (esa intuición materna) y la noche antes de su partida de regreso a su ciudad me anunció una conversación que debíamos tener y que para mí no podía ser otra que la petición de mano.
Fue sincero, eso no lo puedo negar, tardíamente sincero eso si, lo que dijo con muy pocas palabras (Los hombres lacónicos incrementan mi líbido) fue que no estaba enamorado de mí, que jamás lo había estado, y que si había jugado todo aquel juego a mi lado, era porque cuando me conoció lo desconcertó que luciera como una mujer tan echada pa’ lante como dicen los colombianos, tan endemoniadamente inteligente y sobre todo tan segura de mi misma, que no pudo resistirse a la tentación de disfrutar de la vulnerabilidad de una mujer que parecía de hierro, al ser consumida por su fuego.
Tomo su maleta y salió de mi casa en medio de la noche con la frialdad que le he visto a pocos seres humanos en la vida y desapareció temporalmente de mi vista.
Por supuesto que me dolió todo aquello, y fue difícil borrar sus dos imágenes de mi memoria. Entre otras cosas su desplante lo hacía mas atractivo y contribuía al alimento de una posible obsesión, de no haber sido porque me había leído un libro que tuvo mucho que ver con mi divorcio que se llama "las mujeres que aman demasiado", y empecé a armar el rompecabezas de mi patrón de relación y de la fidelidad con que lo estaba siguiendo.
Siempre que reviso mis relaciones del pasado, las veo a cada una como un escalón que me ha permitido subir a la cima de mi misma, en su momento no puedo ver el gran cuadro, porque soy parte de los colores pensando que ya soy el cuadro, pero reconozco en cada una de mis relaciones del pasado un pincel, un color o un lienzo sobre el cual he ido pintando este cuadro llamado vida. Cada uno en su momento ha sacado a la luz lo mejor y lo peor de mí, cada uno tiene su trozo de vida en este gran cuadro, por eso no los puedo odiar, ni guardarlos con resentimiento ¿como hacerlo? Si sólo han sido contribuyentes, que hicieron su aporte con mi consentimiento.
Estoy segura que muchos de ellos están leyendo este artículo, que está siendo escrito para agradecerles, el amor tan inmenso que le han tenido a mi alma para comprometerse a cumplir con su papel desde el amor maquillado de aparente desatino, pero al fin y al cabo desde ese amor que sólo puede ser visto por fuera de nuestra imperiosa necesidad de saciar nuestras egoístas demandas.
Comentarios
espero que algun día los sentimientos sean tan faciles de ver como vemos las espresiones en los rostros.
viter73
fredy
A veces olvidamos que lo que cada persona hace por nosotros... es eso, un regalo. Y QUE POR ESTAR PENSANDO EN NUESTROS DESEOS Y NUESTROS ORGULLOS, NO LO DISFRUTAMOS.(Aunque sé que tu disfrutaste cada instante).
El amor no es solo físico, se puede amar en la distancia, se puede amar sin tocar... simplemente se puede amar toda una vida y ser cómplice del silencio. Solo basta que se sepa y se acepte.
Un abrazo.
Lumediana
Y es que la mente los trae de regreso, a través de una melodía, de un aroma, de una frase... y de repente y sin proponérnoslo vuelven, pensamos en ellos, los recordamos y hasta sentimos su presencia casi en la piel!
Felipe A Lora
Con afecto, una de tus mujeres