RAZONES DE PESO

Hace algunos años cuando tenía un empleo en una oficina de la industria del Cine, tenía un jefe muy complejo, con el que curiosamente nadie se podía llevar bien. Tuve no sólo la fortuna de llevarme bien con él, sino de disfrutar de su admiración y su reconocimiento a mi buen desempeño laboral. Su esposa que ya estaba acostumbrada a que nadie le daba la talla y que había adoptado el perfecto rol de ser la mediadora entre todos los “ineptos” empleados de su esposo y él, se vió sin empleo cuando yo aparecí, porque ya no había que mediar.

Casi de inmediato ella ocupó su tiempo en diseñar elaborados planes para desbaratar todo mi trabajo, en aras de hacerme lucir como una inepta más y de esa forma ella recuperar el poco liderazgo que tenía en su vida matrimonial. Algo que no conseguía comprender porque ella no solo era una mujer muy hermosa e inteligente sino que además era por lo menos treinta años menor que su esposo. Aunque quizá y justamente por lo joven que era, es que ella no gozaba de mucha madurez.

Traté por todos los medios de encubrirla ante los ojos de su esposo, lo cual fue técnicamente imposible el día en que viajamos a un festival de Cine y ella cambió mi vuelo sin avisarme y tuve que quedarme a pasar la noche en una ciudad que no conocía y donde no tenía reservación de Hotel. Las consecuencias de su nuevo complot dejaron buenas ganancias para mí: unos cuantos días en el mejor hotel de la ciudad gozando de una playa maravillosa con el patrocinio de mi jefe como disculpa por el desatino de su esposa.

A mi regreso sería una desempleada más, por voluntad propia porque no podía trabajar con un enemigo “oculto” que desbarataba todo lo que hacía.

Esperé en la oficina a mi jefe con una carta de renuncia y con una conversación que se dió entre dos personas inteligentes y racionales que no se juzgaron ni se culparon por las circunstancias adversas que cada uno vivió, no tenía intención alguna de culpar a mi jefe por estar asociado sentimentalmente con una mujer que me parecía enferma, tampoco él lucía interesado en hacerme sentir cobarde por abandonar mi trabajo, eramos dos personas conscientes de nuestros minúsculos infiernos comprendiendo que esos infiernos no eran compatibles, por mucho que nosotros lo fueramos laboralmente.

En aquella ocasión aprendí una lección muy grande, y es que aventurarnos en el resentimiento y en la condena por las acciones de los demás la mayoría de las veces es prematuro y siempre pero siempre es una misión estéril, porque, el tiempo aliado absoluto de todo proceso, el mejor cicatrizante que existe, me premió con respuestas acerca de la conducta de la esposa de mi jefe. ella tenía más razones que sus celos enfermizos causados por la admiración que su esposo me profesaba, yo llevaba además el mismo nombre de su madre, quien la había regalado en adopción a su actual esposo cuando ella era apenas una niña, nadie nunca supo en que momento y bajo que condiciones o circunstancias se dió (si es que se dió) la transición entre un lazo afectivo de padre e hija a un lazo sentimental de hombre a mujer…

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Así es, muchas veces nos podemos apresurar a juzgar a las personas sin ponernos a pensar las circunstancias que les llevaron a actuar de determinada manera.

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